La licitación de contratos de suministro eléctrico ha encendido una luz al final del oscuro túnel económico y político por el que transita el país. No sin razón, su principal responsable, el ministro Máximo Pacheco, exhibe en estos días sonrisa de medallista olímpico. Hay que entender bien los alcances de la estrategia seguida y extraer las lecciones pertinentes.
Hasta el gobierno anterior, se intentó abastecer las necesidades energéticas con grandes centrales de generación hidro y termoeléctrica. La tenaz oposición de los ambientalistas frustró esa estrategia y nos dejó expuestos a una seria crisis energética. El actual gobierno optó por restar apoyo a tales proyectos y abrir así más espacio a fuentes no convencionales. La licitación sugiere que la apuesta resultó acertada.
¿Qué explica el resultado alcanzado? Algo así como una favorable confluencia astral. En primer lugar, el derrumbe mundial de los costos tanto de los combustibles fósiles como de las nuevas tecnologías de generación eléctrica, especialmente la energía solar, en la que somos ricos. Segundo, a consecuencia del lamentable frenazo del crecimiento económico, la generación requerida a futuro es hoy inferior a la antes prevista, lo que tornaría por ahora innecesarias nuevas grandes centrales. Y tercero, las energías de la libre competencia desatadas por un conjunto de modificaciones inteligentes introducidas a las bases de la licitación.
Desde luego, nada tienen que ver los dos primeros factores con la licitación misma. Cuando el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, se felicita porque ella elevaría en 2,5% el producto potencial del país, en realidad le está atribuyendo lo que no es sino la caída mundial del costo de la energía, la cual -en virtud de la llamada "indexación"- también se está reflejando en contratos licitados anteriormente. Por otra parte, la mayor dependencia de fuentes no convencionales -que sí es atribuible en parte a la licitación- no está exenta de riesgos: hay quienes ven en los bajos precios licitados una osada apuesta a mejorías adicionales en esas tecnologías, o también la expectativa de que nuestro bajo crecimiento económico nos permitirá prescindir indefinidamente de grandes centrales hidro y termoeléctricas. Desde luego, si los inversionistas adjudicatarios de contratos a bajo precio quieren tomar tales riesgos, será cosa de ellos, pero tratándose de una licitación montada por el Estado -y con gran despliegue publicitario-, la eventualidad que las esperadas economías de costos terminen siendo ilusorias no puede ser tomada a la ligera.
Aun así, hay mucho que rescatar de la experiencia. Una vez más, ante señales de política nítidas, la rápida capacidad emprendedora de los mercados competitivos queda demostrada. Una lección válida no solo en este campo, sino también, por ejemplo, en el previsional. Y una luz de esperanza para la futura recuperación de nuestro dinamismo económico.