Hace no tantos años, Alejandro Jodorowsky y el cómico Álvaro Salas llenaron un auditorio de la Estación Mapocho para la presentación de un libro sobre el humor. Era el tiempo en que ambos podían darse ese lujo, el de desbordar auditorios. Los consumidores de cultura y de farándula los aplaudían y les celebraban las salidas, el ingenio, los chistes. Desde ya se consideraba una genialidad haber juntado en esa ocasión a un tipo de la esfera intelectual con otro de la esfera televisiva. Sic transit gloria mundi : hoy el psicomago y el humorista son carne de escarnio en ese universo vago pero opinante denominado redes sociales, uno por dar un consejo sexual en el lugar equivocado y el otro por chocar contra un árbol con grados de alcohol en la sangre.
Tal como en el caso de Gustavo Cordera, el ex cantante de Bersuit Vergarabat, caído en desgracia mediática por hablar incorrecciones políticas en presencia de menores de edad, empezaron a aparecer por todas partes coraceros después de la batalla: siempre supe que era un chanta, nunca me lo tragué, no me cupo duda jamás de que era un negociante. Pamplinas: yo reviso la prensa e internet y hablo con todo tipo de personas desde hace mucho, y nunca escuché opiniones adversas sobre estas personas. Todo lo contrario: lo único que registraba eran adhesiones entusiastas y exclamativas. Un exceso de admiración. Jodorowsky en ese sentido pertenecía al gremio de los oraculares, esa gente a la cual se le entrevista para que ofrezca grandes diagnósticos y estruje ante los demás un poco de su sabiduría. Un día era él, al otro Maturana, después Gastón Soublette. Sé entender que estoy hablando de un fenómeno social, no desmereciendo obras ni individuos.
Lo único que podría haber graficado cierta desconfianza creciente hacia Jodorowsky era un test difundido en la web desde hace meses, en el que se desafiaba al usuario a distinguir entre frases suyas y frases de Ricardo Arjona. Debo admitir que hice la prueba y me equivoqué en varios casos.
Raúl Ruiz dijo alguna vez que en Chile primero se opina y después se piensa. Esa sería estrictamente la realidad primordial de las redes. El prestigio actual del concepto de opinión lleva al público a querer participar en cualquier bochinche de modo atarantado. Se juzga con énfasis, pero con la facilidad de asumir en bloque lo que dice el coro, la galería, la patota. Es como el chiste en que Condorito está dormido en la mesa de un bar y se despierta justo en el momento en que los parroquianos le están pidiendo canciones a gritos a un tanguero. Condorito escucha los títulos de las canciones solicitadas -cosas como "Pérfida", "Percanta", "Traidora"- y se incorpora gritando "¡desgraciada, degenerada!".