Tras dos novelas, Camanchaca (2009) y Racimo (2014), Diego Zúñiga agrupa, en este volumen, cuentos que ya habían circulado en revistas y antologías, y otros inéditos, escritos, según indica el autor en los agradecimientos, a lo largo de más de diez años. Aunque el título del libro -y de uno de los cuentos- tiene que ver con una estación del metro de Ciudad de México, el tono general del libro discurre por el lado opuesto, por la falta de heroísmo, o en algunos casos por esa clase de heroísmo que se confunde con el voluntarismo, la desmesura adolescente, esa manera de mirarse en el abismo que parece ser propia de la edad en que se juega al todo o nada, o al menos se quiere creer eso (y por ahí, oscura y oblicuamente, surgen los adolescentes que murieron en la Batalla de Chapultepec). Son historias de derrotas, de soledades, de fracasos, historias que recuerdan el enorme comienzo de Adén Arabia, de Paul Nizan: "Yo tenía 20 años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida". Los protagonistas de estos relatos son jóvenes desacomodados frente al mundo, que viven bajo la amenaza de ser expulsados del colegio, o que son expulsados de la universidad, o que no consiguen un préstamo bancario para viajar a conocer a la mejor escritora del mundo, o que no tienen un lugar donde vivir, o que sobreviven aterrados a una balacera en el metro del DF, o que miran el mundo desde la vereda equivocada o, para decirlo de modo más explícito, desde el patio de colegio equivocado.
Pero sería de un facilismo duro de aceptar tratarlos de perdedores. Los relatos no van por ese lado. Aunque el niño futbolista prodigio fracase de la manera más amarga y triste. Aunque el día previo a la operación de la madre sobrevenga el peor terremoto del siglo. Y tampoco es que el azar sea solamente el culpable de desacomodarlo todo. Zúñiga intenta describir otra condición, que en un relato -y por la necesidad interna del cuento- surge casi como un panfleto, pero que en realidad se trata de un cuidado recorrido -a través de escenas, de retazos que cada ficción proyecta sobre el territorio físico del país- por lo que significa ser chileno, pero chileno de Maipú o de Iquique, de pelo negro y aplastado (aunque hay un cuento, quizá el más débil, en otro ambiente social), que no ve oportunidades o que, si las ve, es para encontrarse con las manos destrozadas por los picotazos de un pájaro herido por una vecina loca.
Diego Zúñiga.
Literatura Random House, Santiago, 2016.
192 páginas.