Cuando somos niños y nos equivocamos, generalmente se nos enseña con cierta amabilidad y si no aprendemos se nos da un buen reto y si aun así no aprendemos entonces se nos castiga. Así suele ser.
Por lo tanto, retar a otro es en la memoria de las personas algo desagradable, que puede anteceder a algo peor pero que siempre hace que quien nos rete nos caiga mal, nos dé miedo o nos canse al punto de no escuchar más. Algunos niños se ponen las manos en los oídos, como señal de saturación y de rechazo.
Repetir la experiencia con nuestras parejas es frecuente y el resultado generalmente es inútil y negativo. A veces un niño aprende y obedece más con un buen grito que con tanta palabra recriminatoria. Cuando digo buen grito no estoy proponiendo un grito aterrador, solo un cambio en la voz seco y duro que denote que aquí pasa algo malo.
La palabra está sobrevalorada. Un neurólogo muy estudioso de la neurociencia decía que la voz era un detonante muy importante de emociones que no alcanzaba a pasar por el filtro de la razón. Mi abuela, que nos hablaba a veces en francés, decía: "El tono hace la canción". Muy tarde vine a entender que el neurólogo en cuestión y mi abuela hablaban de lo mismo. Lo que decimos, en una relación cualquiera, pero en particular donde nos conocemos mucho, se registra más por el tono que por el contenido.
Pero hablamos del contenido. Rara vez del tono.Entonces, la palabra es la que vale. "Pero yo te dije..." nos decimos. Y la verdad es que el otro quedó herido por otros componentes de la comunicación. El tono, la mirada, el momento.
Dejamos de escucharnos de verdad. Lo que en las parejas es el inicio de desencuentros que pueden llevar a dolores y rabias que se van juntando en un saquito hasta hacer del otro un sujeto que puede ser mi enemigo más que mi amor. No en la conciencia. Pero sí en la cabecita que funciona sola, como decíamos... por otras vías. No es lo mismo quejarse que pedir. No es lo mismo enojarse que alegar. No es lo mismo explicar lo que a mí me pasa que hablar de l0 que el otro hace. Es el sujeto de la oración el que importa en este caso.
No nos damos cuenta de la cantidad de veces que dejamos de escuchar.