Si hace un año la Presidenta Bachelet hubiera anunciado lo que anunció, se habría hablado de retroexcavadora. Eran momentos en que se discutía con pasión si una AFP estatal era deseable. Los anuncios del martes, sin embargo, hacen de la AFP estatal una nota al pie de página.
Tras intensos días, después de la masiva salida a la calle de los chilenos del 24-J, se escuchó soterradamente -pero por primera vez- la palabra "fin de las AFP". El botón rojo de la bomba atómica apareció en escena y fue precisamente por eso que, tras la cadena nacional, muchos respiraron tranquilos.
En primer lugar, porque el botón rojo no fue apretado. Y, en segundo lugar, por el tono (lo que recuerda, tal como decía el trovador, cuán importante es tener una sonrisa cuando se atiza un varapalo).
Sí. Las AFP no mueren en la propuesta de Bachelet. Pero se le inflige una gran golpiza. Y la magnitud de la golpiza se juega en el 5% de cotización adicional. Si bien Valdés ha mantenido una elegante ambigüedad respecto de dónde van esas platas, la ministra Rincón -otrora directora de Provida- se ha encargado de anunciar que va todo a un fondo "solidario". Es decir, un tercio de la plata iría a reparto y de los otros dos tercios, una tajada importante se lo llevará la AFP estatal. El golpe será duro para las AFP, pero al menos los muebles estarán a salvo.
Para el Gobierno, paradójicamente, la crisis previsional se puede transformar en un gran salvavidas. En momentos que Burgos había instalado el concepto de "descarrilamiento" del Gobierno, Bachelet reaccionó a tiempo y ha vuelto -por ahora- a controlar la agenda. Si esto lo logra capitalizar, podría ocurrir algo similar a lo que significó la crisis subprime en su anterior mandato: el punto de inflexión en su popularidad.
Pero la pregunta de fondo es cómo llegamos a esto. ¿Son tan malas las AFP? ¿Se quieren bajar los chilenos del "Mercedes Benz" de José Piñera?
Hay dos respuestas: una más técnica y otra ideológica.
En la respuesta técnica, las AFP aprueban con distinción. Las platas han estado a buen resguardo y han tenido una rentabilidad histórica positiva. Adicionalmente, han fortalecido el mercado de capitales, base del desarrollo de Chile.
¿Cuál ha sido el pecado de las AFP? Sus utilidades escandalosas, producto -en gran parte- de que la gente no quiso o no supo comparar el cobro que le hacían. Pero, por antiestético que parezca, su impacto en las pensiones es casi 0.
¿Dónde está el problema, entonces? En lo que ya se ha dicho insistentemente en estos días: que se vive demasiado, que las tasas de cotizaciones son muy bajas y que existe demasiada informalidad del empleo.
¿Es culpa de las AFP? Indudablemente que no. Pero explicita la razón de las bajas pensiones y explica el porqué la gente salió a la calle. Va demasiado poca gente en el Mercedes Benz. Y son todos hombres...
La explicación ideológica es distinta.
Los sistemas de pensiones existen precisamente para neutralizar la tendencia humana de ser poco prevenidos. No es más que, siguiendo la vieja fábula de Esopo, obligar a las cigarras a ser hormigas. Y en este sentido, las AFP tienen un componente de justicia, ya que el esfuerzo de cada uno se ve reflejado en lo que se recibe posteriormente. Se evita de esa forma, -usando una frase de John Stuart Mill- "aliviar al pródigo a expensas del prudente".
Pero no es suficiente. Parece injusto de que si a alguien le fue mal durante su vida activa esté condenado a la miseria. Por lo que las AFP deben ser complementadas de alguna forma.
La utopía de un sector de la izquierda -sin embargo-propicia la vuelta al reparto, sin haber hecho un solo cálculo. Una vuelta a un paraíso donde, al menos en estas materias, no exista el sector privado. No reparan que si el Estado no puede manejar el Transantiago, ni puede manejar los hospitales, tampoco podrá manejar adecuadamente las pensiones. Esa es de hecho la realidad mundial, que ha ido quedando al descubierto en la medida que hay cada vez menos trabajadores activos.
Pero hay un último problema que trasciende la ideología y que es más bien psicológico. Este dice relación con que la gente va a estar siempre descontenta con el monto de su pensión. Así pasa en Alemania, en Estados Unidos y en todas partes. Cuando el culpable de la baja pensión es el Estado, parece ser que las personas tienen asumido el desastre. Pero si las bajas pensiones son producto de un privado, el "enemigo" tiene domicilio conocido. Y, en este punto, de poco sirve hablar de salarios promedios, de tasas de reemplazo o de sostenibilidad del sistema. Hay un culpable. Y eso es muy difícil de revertir.
Lo que es claro es que afortunadamente el chaparrón no pilló a las AFP con Angelini, Saieh o Délano de dueños, porque ahí el enemigo no solo tendría domicilio, sino que también tendría rostro. Y si ese hubiera sido el escenario, probablemente el botón rojo habría sido apretado...