El lunes, en el Teatro Municipal de Las Condes, se presentó el pianista Ishay Shaer (1983) en el marco de la Temporada Internacional "Fernando Rosas", de la Fundación Beethoven. El programa: la Sonata opus 31 Nº 2, de Beethoven ("La tempestad"); "Gaspard de la nuit", de Ravel, y los 24 Preludios opus 28 de Chopin.
De las tres sonatas que integran el opus 31, la Nº 2 es la de mayor contenido musical e innovación formal. En particular, el primer movimiento acusa el alejamiento de los esquemas del Clasicismo e incursiona en un lenguaje casi experimental. Los pasajes "tempestuosos" se ven introducidos e interrumpidos por lentos y contemplativos arpegios y recitativos que actúan como remansos que van puntuando el discurso de manera muy original. El íntimo lirismo del movimiento lento es una perfecta transición para el anhelo, casi en movimiento perpetuo, que caracteriza al final. Cada uno de los movimientos fue interpretado con tersura y claridad estructural, logrando un perfecto equilibrio entre fuerza emocional y arquitectura, meta siempre difícil de lograr en el lenguaje beethoveniano.
Se dice que "Gaspard de la nuit" es una de las obras más difíciles jamás escritas para el piano. Ya el solo hecho de tocar todas las notas de la partitura -sin entrar aun a hablar de interpretación- es un acto heroico. Ravel, inspirado en los poemas de Aloysius Bertrand, concibió tres escenas de marcado contraste y no escatimó recursos al pintar el fluir incesante de las aguas para hacer surgir de ellas la figura de "Ondine" o la ominosa atmósfera del patíbulo en "Le Gibet" (en torno a un inquietante y omnipresente Si Bemol), o los embates diabólicos de "Scarbo". Las exigencias técnicas están en el límite de lo humanamente posible y Shaer las superó de manera magistral. Además de la finura y transparencia de su toucher , fue notable comprobar cómo, con una actitud más bien circunspecta, fue capaz de hacer tronar el instrumento, obteniendo sonoridades sinfónicas que parecían provenir del interior de su cuerpo. Un gran pianista.
Si se pudiera hacer un inventario de los estados de ánimo románticos, ahí están los 24 Preludios de Chopin. Son 24 universos completos en sí mismos, algunos brevísimos, cada uno con perfecta identidad psicológica y musical. Shaer, una vez más, optó por la contención y confirió pleno sentido a cada pieza, evitando toda sobrecarga emocional, expresando en su justa medida el patetismo, la inocencia, la tragedia y la alegría.
Ratificando sus estupendas virtudes, el pianista tocó, fuera de programa, una preciosa versión de "Mouvement", de la primera serie de "Images", de Debussy.