Somos espectadores más que interesados en las elecciones de EE.UU. No tenemos voz ni voto, pero los resultados nos afectan directamente. Las decisiones del próximo Presidente repercutirán en la economía de todo el mundo, en la paz y en la guerra. Y ahí estamos, mirando a los candidatos mostrar su mejor cara, escrutando su carácter y sus propuestas para ver cuál puede hacer una diferencia, cuál nos conviene más.
Después de la decepcionante temporada de primarias, durante la cual los precandidatos más "aceptables" cayeron uno tras otro, pudimos ver a Hillary Clinton y a Donald Trump en las convenciones de sus respectivos partidos, Demócrata y Republicano, alardeando sobre sus capacidades para ser los "comandantes en jefe". Después de dos semanas de fiesta política, las conclusiones son francamente perturbadoras. Ni Trump ni Hillary, por distintas razones, parecen ser una buena opción para EE.UU. ni para el mundo. Y en lo que nos atañe más directamente, vimos cómo enarbolaron la bandera del proteccionismo, olvidando que son los defensores del libre comercio. ¡Ya deberíamos olvidarnos del TPP!
Trump, lo sabíamos, es un extravagante empresario, sin experiencia política, con un ego desproporcionado y con una enorme capacidad para ofender y dividir a las audiencias. Su peligrosa tendencia a hacer bromas puede tener consecuencias nefastas; si no, qué podríamos pensar de esa verdadera estupidez que le dijo a Rusia sobre hackear los correos de Hillary. Tuvo que retractarse después de que, supongo, le tiraran las orejas los estrategas republicanos más razonables. Si es que queda alguno, porque con la insólita selección de Trump como su representante, pienso que el partido está en una crisis tan profunda que después de noviembre (si es que no gana Trump, lo cual todavía no se puede descartar) tendrán que reinventarse. La prueba de la crisis es que ninguno de los líderes republicanos más respetados estuvo en la Convención. Pero estaban los hijos de Trump que, hay que reconocerlo, se lucieron con discursos que casi nos persuadieron de que su papá es una buena persona y un buen candidato.
Lo mejor de Hillary en Filadelfia no fue su hija Chelsea, y ahí Trump le ganó, sino el discurso de Obama, un mago en el podium. Bill también estuvo bien, en lo personal y en lo político; la mostró como alguien que hace cosas, y obtiene buenos resultados. Todo lo que se dijo sobre Hillary buscaba borrar la desconfianza que le tiene una buena parte del electorado, por su imagen de "mentirosa, calculadora y deshonesta", a lo que sacó partido Trump y su gente. El daño que le ha hecho el caso de los servidores privados mientras fue secretaria de Estado no ha sido superado. Con todas sus fallas, Hillary parece menos inepta para la Presidencia que Trump. Aun así, es inquietante que en la Convención, para evitar abucheos, quizás, hiciera suyos todos los postulados populistas-socialistas de Bernie Sanders.
No recuerdo ninguna elección en la que ambos candidatos causaran tanta inquietud como esta.
Parafraseando a Vargas Llosa, los norteamericanos tendrán que elegir entre el cáncer y el sida, aunque Hillary bien podría ser una enfermedad menos mortífera. ¡Y no lo digo solo por solidaridad femenina!