Este libro -un libro raro, curioso, extraño, pero también deslumbrante- representa una forma original de seguir una tendencia ya asentada, la imbricación de los géneros o el borramiento de la frontera entre ellos. María Gainza, argentina, sabe de plástica, y por las páginas de su libro desfilan Modigliani, Courbet, el aduanero Rousseau, Cándido López (argentino que pintó las batallas de la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay), El Greco y muchos otros, a partir de cuadros vistos en casas señoriales o en museos porteños, o en alguna vuelta de la vida. Su acercamiento es personal y construye amenísimas crónicas en torno a ellos, situadas en las antípodas de la mirada del erudito, a tal punto de que sus juicios se sienten como parte de la respiración del texto, como parte indisoluble de breves relatos que tienen una textura tan propia y característica que se tornan en irresistibles piezas de seducción. Cuando dice, por ejemplo, que las marinas de Courbet son "tanteos directos hacia la abstracción, sostenidos todavía por la línea del horizonte", el lector ve desplegarse todo el arte del siglo XX a partir de la borrasca que azota las rocas.
Pero el libro es muchísimo más que una colección de crónicas-ensayos sobre pintura. De alguna manera, esa línea narrativa se funde con otra crónica, la de las vidas de la autora, de su familia, de su marido. Cada capítulo del libro -que algunos llaman novela, que no es una colección de cuentos, que no tiene principio, o tiene muchas entradas, pero que sí tiene un final- se compone de fragmentos que van hilando distintas historias, espirales que giran juntas y que en ese movimiento de perfiles encontrados hallan una unidad de sentido que, si se piensa bien, no tiene asidero ni motivación, pero ahí está, en cada cierre, en cada nuevo título, como una revelación súbita. Aunque lo mejor de El nervio óptico es la escritura que sostiene las historias. "Nos protegíamos con la cursilería, un poco como una forma de pudor y otro poco como una forma alta de la sinceridad", dice María sobre la relación con su amiga Alexia, una frase misteriosa que obliga a detenerse en ella y darles vuelta a sus múltiples sentidos. Hallazgos como "La legión de perdedores que plantaban sus carpas en las llanuras del fracaso" o "el buen citador evita pensar por sí mismo" tienen el valor de aforismos; y todo ello además va acompañado por ágiles cambios en la voz narrativa, que alterna la primera y la segunda persona, el yo, el tú y el vos, como si en medio del libro hubiera una interminable sucesión de espejos.
María Ginza.
Libros del Laurel, Santiago, 2016.
160 páginas.