Shane Black fue el guionista de "Arma mortal" (1987), una de esas películas que uno alegremente podía repetirse si tenía la suerte de encontrarla en la TV, porque era entretención pura y garantizada.
La clave: mezclar balazos, persecuciones y algo de suspenso, con humor. Y esa estaba a cargo de los protagonistas: Mel Gibson y Danny Glover, encarnando a dos policías imposiblemente más diferentes que, de alguna manera, lograban no solo encajar sino resolver los casos en sus manos.
Black no ha estado cesante: dirigió "Iron Man 3" en 2013, pero tuvo la buena idea de arriesgarse a revivir esta suerte de subgénero -que algunos llaman " buddy movies " (películas de compañeros)- con "Dos tipos peligrosos" (Selección oficial de Cannes).
Situó la acción en Los Angeles de fines de los 70, en una extraordinaria puesta en escena de diseño, desplegando en pantalla colores y tonos característicos, fiestas desbocadas y extravagantes, la música (¿se acuerdan de Earth, Wind & Fire?), hippies protestando al sol, la polución asomándose.
En la trama central, dos industrias: una, brillando y en primer plano, la automotriz; la otra, opaca, en las sombras, pero igualmente rentable, la pornográfica.
Encontrar a los " buddy " era clave. Y Shane Black reclutó a dos actores insospechados en estas lides: Ryan Gosling (protagonista de la intensa "Drive" y la muy melancólica "Blue Valentine") y Russell Crowe (que nunca superó su marca de estrella dramática tras "Gladiador" y "Una mente brillante").
La primera secuencia es una perfecta síntesis de los ingredientes de la película.
Es de noche en Los Angeles. En una hermosa casa de grandes ventanales, situada entre colinas y bonita vegetación -a la que la cámara se acerca desde arriba, en un gran zoom in - un chico en pijamas entra sigiloso al cuarto de su hermano mayor a escamotearle una revista porno. Va a la cocina, se devuelve y desde esa perspectiva vemos un auto "volador" que atraviesa los ventanales de toda la casa y aterriza en el jardín. El niño corre y en el coche destrozado encuentra moribunda y semi desnuda a la estrella porno que adorna la tapa de la revista que tiene en sus manos. En un gesto inocente, cubre el cuerpo con su chaqueta.
Tras ello, aparecen los protagonistas ocupados de sus asuntos: Jackson Halley (Crowe), un cobrador de deudas y matón de poca monta, de puño pesado, cuerpada XL y capacidad reflexiva XS; y Holland March (Gosling), un detective privado torpe hasta la carcajada y aficionado a la buena vida.
Una película porno y Amelia, su protagonista, han desaparecido. Un caso que, de la peor manera, reúne al par. La madre de Amelia, Judith (Kim Basinger, más regia que nunca), una alta ejecutiva de la industria automotriz, les encarga su búsqueda con lágrimas en los ojos y un cheque generoso en sus manos.
A su modo chapucero, Halley y March cruzan esta ciudad que parece a punto de explotar entre los excesos (la secuencia de la fiesta, ¡imperdible! ), la corrupción, los crímenes y unos cuantos seres curiosos pululando (como la anciana clienta de Halley).
La cordura, sensatez y sagacidad la ponen un personaje ¡indispensable!: Holly (Angourie Rice), la hija de 13 años de Halley.
Entre humor físico, hilarantes gags , situaciones jocosas y un guión cargado de significados se va develando un misterio, cuyo trasfondo destila un sutil toque de amargo y desesperanza, tan propio del cinema noir (todo un gesto volver a reunir a Basinger y Crowe tras la magnífica "Los Angeles al desnudo"). "Boogie Nights" aparece en la memoria y hasta ese brazo quebrado de Gosling recuerda a la gloriosa "Chinatown".
Claro que lo de Shane Black va por la diversión para público adulto. Pero su regreso a los 70 no es mera nostalgia. Es un interesante ejercicio reflexivo, de perspectiva aguda, capaz de iluminar el presente y jugar a la parodia. De paso, brindó aires insospechados a las disímiles carreras de Gosling y Crowe, que responden magníficamente a este verdadero cambio de eje.
(En cartelera).