A medida que este gobierno declina tanto en el sentido de que comienza la cuenta regresiva para su adiós como en la sensación de que se disuelve en una nebulosa de confusión, decepción y desencanto -que incluye incluso a quienes votaron por él con entusiasmo-, la derecha política, aunque involucrada hasta el cuello en la crisis de confianza que golpea a la clase política, comienza a acariciar con ansiedad la ilusión de la alternancia. Desde la provincia, donde me sitúo al escribir estas líneas, esas expectativas crecientes y el desfile de los candidatos disponibles adquieren ribetes de comicidad y absurdo. Mientras más alto es el individualismo, la vanidad y la confianza personal, menos claro, más débil o insuficiente es el perfil de lo que se ofrece a cambio de lo que ya hay.
En el mejor de los casos lo que se propone es una enmienda o rectificación: vamos a corregir lo que Bachelet ha hecho mal; será difícil y lento, pero prometemos retomar la senda del progreso, recuperar el tiempo perdido en este extravío de fiebre refundacional y de conato revolucionario. Ese es el mensaje que resuena no sin antigua arrogancia.
Ese proyecto -que podría llamarse de restauración- es paupérrimo y revela un vacío de contenidos penoso. La derecha no sabe qué hacer con el poder político sino ofrecer una renovación de la tecnocracia económica.
El malestar social, entretanto -que se desató durante el gobierno del Presidente Piñera, e incluso antes-, no ha desaparecido y las protestas masivas contra el actual sistema de pensiones son un síntoma de su palpitante vigencia.
Un grupo de intelectuales de izquierda -doctrinalmente muy sólido- realizó en su momento una lectura que sedujo a los actuales gobernantes y a la coalición que los apoya. Que esa interpretación resultó en amplios aspectos una mala interpretación solo debería plantear el desafío acerca de cómo debe entenderse ese descontento -que es real- y cómo responder de manera responsable a los requerimientos que envuelve para un gobierno. Hay un horizonte nuevo que diseñar, hay un paisaje futuro que proponer que urge ser pensado, y ese diseño importa reconocer que las carencias que perturban nuestra vida colectiva no se reducen finalmente a lo económico. Es paradójico cómo este gobierno, inspirado por ideales muy espirituales (inclusión, solidaridad, igualdad), convirtió su quehacer en una suerte de neoliberalismo al revés, calculador, contable, presupuestario, tributario.
Si la derecha política, a su vez, no se rearticula en torno a un discurso que coloque los fines en el orden correcto, que subordine la economía a la política, el negocio al ocio, la acción al pensamiento, mejor que continúe como modesta oposición.