La renuncia de David Pizarro a Santiago Wanderers es un alejamiento inevitable, pero tampoco muy doloroso. Aunque el jugador esgrima una serie de razones inmediatas para irse de improviso, no hay que profundizar para advertir que el reencuentro entre el volante y el club nunca tomó vuelo. Ninguno de los dos actores de esta escena estuvo realmente preparado para aceptar los disímiles contextos de ambos. A Pizarro le quedó chico Wanderers en cuanto volvió al puerto porque provenía de un fútbol hiperdesarrollado como el italiano, su verdadera cuna futbolística, y al club le quedó inmensamente grande la realidad de un futbolista que era un superdotado en la cancha, pero que también sigue muy por arriba del promedio del jugador chileno en cuanto a discurso, recursos y proceder.
Pizarro vino a Santiago Wanderers a cumplir un deseo personal y el club lo acogió con un interés explícito: tener una figura deportiva de nivel internacional que despertara el fervor del hincha y le asegurara una recaudación financiera acorde al esfuerzo de repatriarlo. Pizarro llegó en el ocaso de su exitosa carrera y es un hecho de la causa que las ganas de triunfar en Valparaíso eran superiores a su condición física y deportiva. ¿Se le puede culpar por eso? No. Hizo una apuesta que él malogró dramáticamente y el club fue incapaz de entregarle un entorno que se adaptara a su exigencia profesional, porque quizás no hay ninguna institución chilena que pueda cumplir demandas que tienen un componente más bien valórico que deportivo.
Pero en el balance frío, que escapa a las estadísticas casi crueles, Pizarro tampoco puede negar que se va en completa y absoluta deuda con Santiago Wanderers y con el hincha de los campeonatos nacionales. Su paso por el equipo porteño es francamente mediocre, en parte porque falló su físico, posiblemente víctima de las durísimas campañas en Europa, y también porque su carisma de jugador símbolo nunca tuvo un relato concordante con la estatura de su trayectoria.
Pizarro fue un referente ausente con la camiseta verde -si cabe la lógica en esta sentencia-, y su figura solo se iluminó en los pasillos de los estadios o en las redacciones de prensa, cuando sus opiniones trascendieron en polémicas extrafutbolísticas, desde las locales, producto de la paupérrima situación institucional de Wanderers, hasta las más transversales, como la calidad del torneo local o las condiciones administrativas del fútbol chileno. Pasará a la historia como el futbolista porteño que llenó de gloria a Valparaíso aunque jugando muy lejos de Playa Ancha. Ese será su sino deportivo; porque es muy posible que lo tengamos de vez en cuando marcando alguna pauta sobre un tema que incomode a quienes están acostumbrados a una condición de confort.
Su adiós de Chile merecía un mejor final, pero está claro que dada la condición del personaje, el Wanderers de hoy no estaba a la altura de las circunstancias.