Mirando al futuro, está claro que Chile no la tiene fácil en su transición al desarrollo. En este contexto, lo invito a reflexionar. Si usted tuviese que apostar por algún grupo entre las nuevas generaciones que pudiese contribuir significativamente a dicho proceso (y no a entorpecerlo), ¿dónde pondría las fichas?

No es fácil la pregunta, sobre todo ante el comportamiento autodestructivo de muchos jóvenes nacionales. Pero sospecho que existe al menos un grupo que puede ayudar. Este ha crecido con fuerza, está dando señales de querer progresar y, por su naturaleza, debe ser menos permeable a visiones ingenuas de lo que significa avanzar hacia una sociedad desarrollada y abierta. Me refiero a los hijos de la más reciente ola de inmigrantes en Chile.

¿Mucha imaginación? Veamos. Mientras en el 2005 cerca de 212 mil extranjeros vivían en el país, el número supera hoy los 410 mil (75% proviene de América Latina) y se espera que siga al alza. Este fenómeno migratorio ha recibido atención por su impacto en el mercado laboral y los rancios prejuicios de los chilenos, pero poco se ha reparado en el gran activo que significa para el país. Y como lo anticipé, no me refiero a los adultos foráneos con ambición de progreso, sino a sus hijos.

Es que quizás no sea evidente, pero los datos comienzan a sugerir que dicho grupo está aprovechando las oportunidades que ofrece el tan vapuleado modelo chileno. Miremos, por ejemplo, los datos de la PSU. En el 2005, solo 165 extranjeros recién egresados de la educación media rendían la prueba. ¿Sus resultados? En promedio, 15 y 19 puntos menos que los chilenos en ciencias y lenguaje, respectivamente. Y si bien la brecha en matemáticas no era significativa, la balanza también se inclinaba a favor de los nacionales en este caso, pues los extranjeros venían de familias de mayores ingresos.

Sin embargo, la situación no demoró en cambiar. En el 2012, más de mil jóvenes extranjeros egresaron de la media y rindieron la PSU. ¿Y sus puntajes? A pesar que la ventaja inicial en ingresos familiares se desvaneció, las diferencias en resultados respecto de los chilenos cayeron fuertemente: en lenguaje la brecha disminuyó un 60% y en ciencias desapareció completamente. Incluso en matemáticas los extranjeros aventajaron a los nacionales en 3,5 puntos, diferencia que llega a 7,3 puntos si se controla por variables socio-económicas y colegio. Notable esfuerzo de un pequeño pero inspirador grupo, que ojalá se mantenga y expanda en el tiempo.

Los beneficios para Chile de aumentar el número de familias inmigrantes dispuestas a aprovechar las oportunidades que ha generado nuestro progreso son inmensos. Con algo de suerte, sus hijos poseerán la disciplina y el ánimo necesarios para ayudar a Chile a alcanzar el desarrollo. Para eso, no basta recibir con los brazos abiertos a los extranjeros; también hay que cerrarlos.