En tributo a sus 75 años, el Teatro Nacional de la U. de Chile presenta por estos días "El avaro". Pero no el texto de Molière (el tercero más representado en el mundo del genio teatral francés), sino una reescritura por Benjamín Galemiri, el dramaturgo chileno más elogiado y prolífico tras la vuelta a la democracia. Proyecto que retoma el compromiso con el repertorio fundamental que le corresponde a una compañía universitaria, en tanto se alinea con la exigencia renovadora de la posmodernidad. Y suponía una ocasión única y muy deseable por cuanto en el último medio siglo se registran solo otros dos montajes de esta pieza maestra, en 1963 y 1987 (de la UC y Tomás Vidiella).
El resultado no impresiona como enriquecedora reinterpretación de un clásico pues es exiguo lo que conserva del original, y tampoco significa un retorno feliz del dramaturgo criollo luego de cinco años sin frutos. Cuesta explicarse por qué -¿porfía o mala memoria?- este conjunto quiso insistir en un riesgo que ya corrió; en 2005 "Tartufo", que usó la misma fórmula, consensuó la objeción de que tuvo muchísimo más de Galemiri que de Molière.
Si algo hay que rescatar del intento es el laborioso esfuerzo del director Andrés Céspedes y sobre todo del elenco, por sacar adelante un texto tan difícil de defender. En primer lugar, a causa de su desmesurada extensión tratándose además de una comedia. Orgulloso de su obra, el autor declaró antes a la prensa que su escenificación tomaría cinco horas. Bien recortada, la versión del estreno -al que asistimos- redujo el torrentoso libreto a la mitad; las dos horas 40 minutos que duró fueron interminables, extenuantes.
Nos informan que por estos días la puesta ya se redujo en media hora. Lo que no debe beneficiar gran cosa el balance final pues aún queda el otro problema, más esencial: aunque el punto de partida es Molière y los intérpretes lo juegan ciertamente en comedia, el texto se encarga en forma sistemática de anular su "vis cómica", o don de hacernos reír. Algo así sucedió con "Tartufo", pero por fortuna en poco más de 90 minutos.
Es que no parece una comedia. Un rasgo definitorio de Galemiri siempre fue su recargada, barroca oralidad, ya se sabe. Pero si bien aquí su reescritura se apega en líneas muy generales al plan de acción y la estructura originales, interviene el relato con tal cúmulo de inserciones -largos monólogos para cada personaje central, derivaciones prescindibles, entorno fuertemente sexualizado, varias bromas cultas y metateatrales, más que nada una multitud de alusiones críticas al estado actual de cosas en Chile- que diluye los resortes humorísticos de la fuente, peor aún los mecanismos ideados por Molière para ridiculizar el defecto que motivó su pieza, la avaricia. Desplaza el foco de interés hacia la sátira socio-política contingente, con el agravante de que sus ironías no dicen nada nuevo, y palidecen ante las rabiosas mofas que nuestro sistema e instituciones despiertan hoy, y podemos oír en cualquier lugar público. El chiste "Ser o no ser gay", parodia de "Hamlet" en boca del asistente La Fleche, fue lo único que nos hizo sonreír en todo este fatigoso aluvión de locuacidad.
Agreguemos que la escenografía, atiborrada con montones de cajas de cartón, hizo pensar en un dueño de casa -Harpagón- más bien acaparador o enfermo del mal de Diógenes, lo que es harto distinto a la avaricia (sin contar con que la ambientación luce francamente pobre).
Sala Antonio Varas. Morandé 25. 29771700. Jueves a sábado, a las 20:00 horas. $7.000. Est. y 3ra. edad: $3.000.