Las fantasías no son los sueños. Son esas ideas o historias que podemos contarnos o inventarnos y cuya gracia es que están muy lejos de la realidad: la inmediata y la futura.
Cuando íbamos a ser reinas a los 10 años sabíamos que nunca lo seríamos. Pero podíamos pasar largos ratos fantaseando respecto de cómo seríamos si fuéramos reinas. No son pasiones, son juegos de la imaginación. Necesarios mientras armamos una identidad.
Los sueños, en cambio, se parecen a los planes, solo que mezclan las ganas de una cierta vida con el tiempo posible para conseguirlo. Soñamos con ser buenas, queridas, admiradas. Soñamos con ayudar al prójimo y ser respetadas como personas. Soñamos con una familia, con un gran amor, con la construcción de mundos bellos o buenos. Soñamos con ser fuertes y tener la valentía de enfrentar desafíos. Soñamos con ser confiables para otros a través de una cierta verdad y transparencia. Soñamos con ser admirados intelectualmente y no ser tan buenos, sino más bien inteligentes. Y empezamos tímidamente a construirnos para que esos sueños sean posibles. Los sueños van cambiando, adaptándose, adquiriendo más realismo. Pero siempre hablan de nuestro marco moral y cultural. De aquello que queremos llegar a ser.
La resignación es la renuncia del sueño. No es el acto realista en que acomodo el sueño a lo posible sin renunciar esencialmente a él. Es la muerte del sueño la que provoca grandes depresiones.
Que nadie les diga que los sueños son cosa de niños, que el realismo lo es todo.
Se puede tener sueños y ser realistas. La diferencia entre quienes tienen y persiguen sueños es la luz. Cuando la resignación toma el espacio del sueño, algo se apaga en los ojos de quien vive el proceso.
La vida está cargada de pérdidas. Pero los sueños los hacemos nosotros, a nuestra medida y a nuestro ritmo. Persistamos. Necesitamos luz.
"Las fantasías son juegos de la imaginación necesarios mientras armamos una identidad. Lo sueños, en cambio, se parecen a los planes".