Estrenada en agosto de 2014 y ahora cumpliendo su tercer ciclo de presentaciones, puede que "Los millonarios" sea una de las obras nacionales más virulentas de que guardemos memoria. Tan violento es su ataque a la norma aceptada de nuestra convivencia, estructura social e identidad, que a su lado otras -como, por ejemplo, "Lo crudo, lo cocido y lo podrido", de Marco Antonio de la Parra- no lo parecen tanto.
Puede, también, que este sea el fruto más sustancioso y contundente que haya dado el Teatro La María en sus 17 años de trayectoria independiente. Si se considera que el eje directriz de las distintas líneas experimentales abordadas por este grupo ha sido la mirada ferozmente crítica sobre la realidad chilena, "Los millonarios" -con dramaturgia y dirección de Alexis Moreno- reluce por su incisiva radicalidad que le sacude al espectador el piso en que se para. Como si todas sus experiencias anteriores le hubieran conducido a este equilibrio entre propósito y resultado.
Con feroz insolencia, imagina una reunión de los miembros de un conspicuo estudio jurídico para planificar la defensa de un caso del cual se hicieron cargo paradójicamente: un comunero mapuche acusado del atentado terrorista que provocó la muerte de un matrimonio en su fundo de La Araucanía (en alusión directa a la familia Luchsinger). Corruptos y arrogantes, ninguno de los abogados cree en la inocencia del imputado, cuya presencia no requieren para nada. Todos desprecian al pueblo mapuche y abominan de su lucha reivindicativa; tomaron el caso quizás por puro capricho o soberbia profesional.
En esta fantasía de política-ficción con tono de parodia extremadamente absurda, grotesca y delirante, el tema étnico no es más que el pretexto para develar las contradicciones intrínsecas de nuestra idiosincrasia. Sobre todo, para bucear en cómo piensan y se mueven los poderes fácticos, quienes manejan desde la oscuridad los hilos que gobiernan los destinos de la nación, a fin de acomodarlos a sus propios intereses. Igual los diálogos de estos personajes, que no llevan nombres, están tachonados de los más descalificadores y desdeñosos epítetos e insultos clasistas y racistas, de esos que decimos solo entre cuatro paredes (y que dichos en público suenan revulsivos). A veces también los abogados practican juegos de rol, en que revelan su prejuicioso punto de vista sobre "el otro" que no es como ellos, o sea, la gran mayoría. De vez en cuando, la acción se detiene y se proyectan letreros con citas textuales extraídas de diarios y otros impresos, que reflejan cómo ese odioso criterio discriminador está inscrito históricamente en nuestro ADN.
Ya que cultiva el exceso y la deformación, no todo el incómodo contraespejo que ofrece tiene el mismo interés; a ratos, se vuelve laberíntica y escenas enteras parecen sobrar. Pero el conjunto resulta tremendamente provocativo. Si los personajes son reconocibles, pese a ser insidiosas caricaturas, es porque la propuesta se despliega con un muy buen nivel actoral. Y como provee una experiencia francamente ingrata, la escenografía es de modo deliberado feísta.
En cartelera en el GAM en tercera temporada, hasta el 31 de julio. Las funciones son de jueves a sábado, a las 21:00, y los domingos, a las 20:00.