Escrita en 2011 por el catalán Josep María Miro (de 39 años actuales), la obra "El principio de Arquímedes" vuelve otra vez sobre la pedofilia, tema espinudo y siempre de dolorosa actualidad que ha sido tratado con cierta frecuencia en la pantalla y las tablas. Pese a sus antecedentes -algunos notables como "La duda", la pieza también española "Hamelin" o el filme danés "La cacería"-, la novedad de su enfoque es que pone el acento en la dificultad de demarcar el perfil tras el cual se esconde el abusador. Por lo que este texto ha tenido presencia en importantes plazas teatrales (Nueva York, Londres, Buenos Aires, etc.) y el año pasado tuvo en España una adaptación fílmica.
La puesta local esboza en líneas generales y con aceptable fluidez la superficie de la historia, desarrollada con solo cuatro personajes. Al instructor de natación mejor evaluado de un centro deportivo se le acusa de dar una caricia inapropiada a uno de los niños aprendices. Una pequeña de 5 años afirma que en la piscina vio cuando le daba un beso en la boca, mientras el profesor alega que solo trataba de que el chico venciera su miedo al agua. Intentando aclarar el asunto, la directora del gimnasio no quiere dejar de confiar en su empleado, a quien conoce hace años. No obstante, ciertas mentiras más una conducta sexualizada juegan en contra del acusado. Aparecen también otro instructor y el padre de otro pequeño alumno.
La intriga entreteje sospechas y datos contradictorios más bien cotidianos, para generar un clima de incertidumbre y tensión entre los personajes. Pero el lugar de acción -el camarín del gimnasio- es un poco forzado, y del mismo modo nunca sabemos la reacción de la víctima, ni siquiera su versión indirecta. Sin embargo, el texto usa dos recursos que acrecientan su interés, inyectándole agudeza y profundidad posible: el relato avanza y retrocede, adelantando a veces algo de lo que ocurrirá después, y en ocasiones la misma escena se repite en contraplano, cambiando el frente del escenario para insinuar otro punto de vista.
Todo lo cual funcionaría bien si la dirección de actores no fuera tan insuficiente. El elenco traza sus personajes en tono menor, sin complejidad alguna; actúan como para una cámara de cine o TV, desconociendo que lo que define una actuación teatral es su proyección escénica. Brindan desempeños carentes de fuerza dramática, que no pasan de la primera fila de la platea. Eso enfría y le quita toda intensidad a una propuesta que depende de su modulación interpretativa para inquietar a su público con las disyuntivas morales que plantea. Peor es que la directora Aranzazú Yankovic -que debutó como tal con la solo eficaz producción chilena de "El curioso incidente del perro a medianoche" el año pasado- hace que las escenas que se repiten sean, a lo que se percibe, exactamente iguales, sin variar para nada la intencionalidad de los diálogos, lo que ahuyenta la posibilidad de otra perspectiva.
La escenografía resulta atractiva, pero no basta. Agreguemos que Katty Kowaleczko prácticamente repite su rol en la versión local de "La duda", que se dio aquí en 2012, de temática similar; lo que se debe atribuir también a una deficiencia en la conducción actoral (Yankovic actuó además en ese montaje). Al fin y al cabo, el sentido simbólico del título luce como un enigma indescifrable.
Mori Bellavista. Constitución 183. 27779849. Viernes a domingo, a las 20:00 horas. Desde $5.000.