Buena idea el iniciar la retrospectiva del alemán-chileno Ulrich Wells con su primer trabajo y los dos últimos. Así, la Corporación Cultural Las Condes nos proporciona una síntesis elocuente del desarrollo de este pintor. Como homenaje a sus 90 años de edad, seleccionó 90 obras suyas: dibujos, pinturas, técnicas mixtas sobre madera, tela y papel. Muchas de ellos no se habían exhibido antes. Del lejano 1942, pues, su bonita acuarela "Mar de Grecia" revela un tratamiento bastante abstracto del paisaje, junto a un aire soñador de raigambre japonés. El par de retratos anónimos de 2013, en cambio, demuestra ese expresionismo violento y cargado de abstracción; constituye el sello distintivo de su producción entera. Estas últimas dos realizaciones ofrecen, además, clara cercanía iconográfica con Ricardo Yrarrázaval. Por su parte, si una serie de ejecuciones en papel de fines de los años 40 ofrecen serenidad académica, ya la década siguiente reflejan el afincamiento en el triunfante expresionismo germano de entreguerras, con sus deformaciones lineales, su sarcasmo y ferocidad expresiva.
Desde fines de los 1960 se suma a ello de manera definitiva el elemento abstracto, que contribuye decisivamente a cimentar su bien reconocible personalidad. Aparecen los laberintos enigmáticos que subdividen el soporte en casilleros saturados con variaciones borrosas de figurillas, signos y construcción que insinúa arquitectura. En ocasiones se emparentan ya con el uruguayo Torres García, ya con los planos urbanos de edificaciones desplegadas por Dinora Doutchitzky. La década del 70 afianza la individualidad de Wells, con desarrollos de aquellas temáticas y también entrega figuras humanas más reconocibles y autónomas, mientras la distribución laberíntica comunica sus celdas mediante conductos que remedan una rústica tecnología. Muy interesante resulta un argumento nuevo, aunque insinuado con anterioridad: nos referimos a la interpretación del artista de los fardos funerarios del Perú precolombino. Al mismo tiempo su factura se vuelve otro ingrediente que permanecerá constante. De ese modo, los cuadros adquieren no solo en los fondos, sino en su totalidad un aspecto terroso y blanquecino, de colores apagados, como procedentes de desenterramientos recientes.
Durante los 80 emergen, por una parte, figuras humanas aisladas y de mayor formato. En ellas la deformación expresiva se torna estridente y su crudeza argumental se materializa a través de una mirada irritada, esperpéntica de la visceralidad sexual, con grises ahora protagónicos. Si antes la condición del ser pensante aparecía negativamente crítica, después esta alcanza un pesimismo sarcástico. Diez años más adelante, la pasta de pigmento adquiere un grosor y una aspereza característicos. Una vez más, el ánimo violento de la Alemania de los lejanos años 20, en alianza con la abstracción, alcanza un sello muy personal. Una pintura sin título de entonces ofrece un parecido evidente con la obra del Anselm Kiefer más conocido. De una manera general digamos que los trabajos de tinta sobre papel, con y sin color, entre 1967 y 1987, se relacionan estrechamente con las realizaciones pictóricas expuestas.
Sin embargo una circunstancia trascendental para el autor se ha producido en plena retrospectiva: su inesperada muerte física. No obstante, más acá del paso de su alma a la eternidad, la obra del original artista parece crecer en Las Condes.
Echaurren, Valdés
Del italiano Pablo Echaurren (1951), mucho más que su condición de hijo de Roberto Matta, interesa analizar su obra. Numerosos testimonios de ella está mostrando el Museo Nacional de Bellas Artes. Se inician con las acuarelas y dibujos con tinta china del período 1969-1977. Lo más convincente corresponde a dinámicas láminas protagonizadas por aquellos objetos-maquinarias tomadas del mundo dadá y las miniaturas, finas y frescas, distribuidas dentro de casilleros que glosan mitos cotidianos de la época -por ejemplo, los dos bonitos paisajes con caídas de agua y la selva de Tarzán-. Enseguida, los collages con papel demuestran una voluntad de simplificación formal y la introducción del cómic, junto a debilidad lineal y al estático empleo de propuestas del futurismo. Desde 1989 en adelante tenemos las pinturas con acrílico. Mayoritariamente de extenso formato, como grafitis saturan el soporte con una multitud de pequeñas figuras, letras intervenidas y signos diversos, personajes de historieta cómica e iconografía precolombina de México; buena parte a través de un cromatismo no poco elemental. También aparece el complemento abstracto o los artefactos sacados del dadaísmo, acaso los cuadros más atrayentes. Pero la reiteración de tanta exuberancia superficial termina por volverse monótona. No obstante, dos trabajos más elaborados convencen mejor: la romana arquitectura con la fachada del Coliseo y la cúpula interna de San Ignacio.
En el contiguo MAC, Ignacio Valdés marca las diferencias con el visitante itálico. Así, sus construcciones numerosas, realizadas con sobrevivientes materiales de la casa familiar derribada por el terremoto de 2010, ostentan verdadera calidez expresiva y profundo sentido escultórico. Sus amalgamas de pedazos de maderas, adobes, latas, alambres y clavos retorcidos van mucho más allá del recobro nostálgico para convertirse en obras plenamente autónomas. En sus mejores momentos hasta evocan las mágicas esculturas de Miró.
Ulrich Wells: 90 años, 90 obras
Completa retrospectiva del original pintor
Lugar: Corporación Cultural Las Condes
Fecha: hasta el 7 de agosto
Make art not money
Retrospectiva del visitante italiano Pablo Echaurren
Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes y MAC
Fecha: hasta el 21 de agosto
Fragmentos
Esculturas de Ignacio Valdés, a partir de ruinas de un terremoto
Lugar: Museo de Arte Contemporáneo
Fecha: hasta el 7 de agosto