Tras una bien acogida segunda temporada en Buenos Aires, se presenta aquí en gira por todo julio la versión original porteña de "Poder absoluto", del autor catalán Roger Peña Carulla, que estrenó también con éxito en España en 2012. Nadie podría afirmar que se trata de una propuesta innovadora; es, al contrario, teatro convencional del viejo cuño, bien escrito y bien ejecutado, por lo demás lo que una amplia franja de público espera (y escasea en nuestro medio). Que, sobre todo, entretiene ratificando una postura crítica de insoslayable actualidad para cualquier espectador: refleja con irritado sarcasmo la corruptela enquistada en la vida pública, las malas prácticas que han provocado el descrédito de la clase política y, de paso, la oscura financiación de los partidos políticos. Eso le asegura rápido la adhesión escandalizada de la platea.
Debut de un dramaturgo tardío, Peña muestra en su texto -que escribió a los 53 años- su dominio y hábil manejo de los resortes dramáticos ganados a lo largo de una extensa carrera como actor, director y traductor teatral. Con solo dos intérpretes en escena, arma un muy eficaz
thriller psicológico ambientado -para producir la necesaria distancia- en Viena a mediados de los 90, en el corazón mismo del poder político partidista. El veterano y más connotado líder de la derecha ha citado a una reunión privada en su hogar al más prometedor laurel del partido; antes de lanzar su campaña a Presidente de la República, que obtendrá de seguro, quiere limpiar su pasado de un tenebroso secreto. Entonces propone, más bien presiona al más joven, para que se encargue de eliminar a quien tiene las pruebas de su ominosa culpa y amenaza con revelarlas. A cambio, por cierto, de un sitial de ministro en su futuro gabinete.
Lo que sigue es nada más ni nada menos que un juego del gato con el ratón lleno de astucias, con una drástica vuelta de tuerca hacia el final; cuya impecable dialéctica incluye algunas frases en que resuenan declaraciones de principios tan rimbombantes como hipócritas, parecidas a las que solemos escuchar de quienes nos gobiernan. El relato también acepta ser visto como un 'melodrama de ideas', si existe algo que pueda llamarse así; los abultamientos poco verosímiles de su intriga, tachonada además de golpes de efecto, no buscan manipular las reacciones emocionales sino hacer más intenso el choque desatado de ambiciones y acomodos morales.
Pese a sus exageraciones, la trama se hace creíble y atrapante gracias a la diestra dirección de Oscar Barney Finn, que modula con sutil agudeza las interacciones de los personajes, y las actuaciones que se despliegan con el sólido oficio propio de la escena bonaerense. Paulo Brunetti, radicado en Chile desde 2008, lo hace muy bien, pero es Carlos Kaspar quien sobresale en su rol, que es el logro mayor de la dramaturgia. Bajo sus modales civilizados y de sobria elegancia, el viejo zorro de la política que él encarna resulta un abominable monstruo de cinismo oportunista y aterrador pragmatismo para el cual el fin justifica cualquier medio por extremo que sea; sin duda un personaje para no olvidar. La única objeción posible es el vistoso color naranja predominante en la escenografía representando un jardín interior, que parece fuera de lugar y tono dramático (y no estaba en el montaje porteño, que vimos el año pasado).
Centro Mori Vitacura. Av. Bicentenario 3800. 22403222. Viernes y sábado a las 20:30 horas. Domingo a las 19:30 horas. Desde $6.000.