El tema de la migración a Chile entra lentamente en la narrativa.
Migrante (Ventana Abierta Editores, 2014), de Felipe Reyes, fue un intento reciente por dar cuenta de la dureza, la dificultad y la precariedad que pueden representar el esfuerzo de moverse de un país a otro. Pablo Sheng toma el relevo con esta novela cuyo título es un peruanismo: el
charapo es el peruano que viene de la selva, aunque, en realidad, el protagonista viene de la sierra. Sheng, que apenas pasa de los 20 años, construye un texto que se ordena a partir de la migración, pero que es, en realidad, otra cosa, una exploración por submundos como los negocios coreanos, la prostitución en el centro de Santiago, los cités y pasajes donde recalan los migrantes, pero no desde una mirada naturalista. Hay algo dislocado en el punto de vista del narrador sobre sus sueños, sus desventuras, su brazo quemado con soda cáustica, su relación con dos peruanas mayores, sus peregrinaciones hospitalarias, su esclavitud ante un jefe coreano, la familia que dejó abandonada en Perú. Esa dislocación tiñe buena parte del relato de un aire onírico, donde las pesadillas parecen continuar en la vigilia, o donde lo que ocurre en el mundo consciente es peor que lo que aterra en sueños.
La novela corre rápido. El estilo de Sheng es directo y casi arrebatado en su ritmo, aunque hay momentos en que el exceso de descripciones -especialmente en los momentos en que Camacho cuida de Luisa, asediada por extrañas enfermedades- se torna cansino. Más allá de algunos ripios en la construcción del relato, Pablo Sheng demuestra un indudable talento para captar ambientes y remover las cosas bajo la superficie de una falsa pulcritud que puede engañar al ojo desprevenido. El migrante es, en este caso, el que advierte las rajaduras, las miserias y fracturas de una metrópolis de múltiples caras, muchas de ellas muy poco amables. El contraste entre el chileno que quiere abaratar costos y el coreano que defiende construir con materiales buenos es uno de tantos síntomas ya no tanto del choque cultural, sino de una cultura de no ver al otro, de no hacerse cargo de que existe el otro, chileno o migrante.
Charapo también confirma la vitalidad de la narrativa chilena joven, con nuevos nombres y autores, cuya lectura es harto más atractiva y provocadora que la de los ancianos de la tribu.
Charapo
Pablo D. Sheng.
Cuneta,
Santiago, 2016.
98 páginas.