Así como está de moda volver a ciertas vestimentas con aire anticuado o mezclar estilos de decoración, donde lo antiguo y lo moderno se unen para hacer un ambiente cómodo y vistoso a la vez, no estaría mal que recuperáramos en la convivencia algunos conceptos anticuados.
La palabra amable, la amabilidad están fuera de uso. Ningún joven las practica y se ha ido desdibujando su uso verbal y concreto. Ser amable supone, como en la justicia, que los seres humanos son a priori inocentes. Si alguien me empuja en la calle, debo suponer que fue un accidente y perdonar la torpeza, salvo que pueda comprobar que lo hizo para molestar o herirme. Ser amable supone que todos necesitamos a los otros, que necesitamos ayuda, compasión, perdón, ternura. Y supone también -y eso sí que está pasado de moda- que la convivencia pacífica requiere de comportamientos consensuados de buena crianza.
Santiago de Chile es una ciudad poco amable. Más bien sus ciudadanos son poco amables. Uno diría que son mal educados y agresivos. ¿Está todo el mundo enojado? Sí. Pero no es un enojo consciente, es el enojo que nace del estrés, del agobio, del apuro. Las personas tienen la fisonomía de la lista de pendientes. Y, claro, cuando estamos tensionados para que la vida nos alcance, el resto de los seres humanos que se equivocan o son torpes, nos sobra.
Y tal vez lo más grave es que el apuro no es real. No estamos atrasados, no tenemos siempre cien cosas que hacer. Nuestro cuerpo, en particular nuestro cerebro, se habituó a secretar la adrenalina del apuro. Estar apurado es, en términos simbólicos, un equivalente de tener mucho que hacer, o sea, de ser muy importante. El ocio, que fue la fuente de inspiración del mundo griego, es hoy un defecto. Hay que estar ocupado.
Es muy difícil para la ciencia tratar males que están arraigados en la cultura. Crece la preocupación por la violencia y el mal trato. Por los cuadros de depresión producto del estrés, por la dificultad de asumir los dolores y por ende, producir enfermedades psicosomáticas. El problema es que es difícil sanar un cuadro que es producto, en parte importante, de la cultura cotidiana en la que vivimos. La amabilidad, por pasada de moda que parezca, produce en quien la ejerce y en quienes la rodean, efectos relajantes. Veamos si podemos resolver problemas grandes con pequeños gestos cotidianos. Seamos amables. Con los demás y con nosotros mismos.