Dentro de la tan fructífera descendencia de la abstracción pura, con Mondrian como progenitor, el minimalismo y su vertiente luminosa entrega un artista fundamental, Dan Flavin (1933-1996). También sus distintos seguidores ocupan un lugar en la historia del arte. A ellos, una exposición antológica se les dedica en Santiago. Organizada por la prestigiosa Hayward Gallery de Londres y en asociación con Fundación CorpArtes, recorre el mundo. Entre nosotros se presenta en los espacios amplios de esta fundación chilena. Probablemente el antecedente remoto de este género artístico, cimentado en la tecnología contemporánea, haya que buscarlo en las vidrieras medievales. Si entonces el reflejo de la luz coloreada se transmitía a través de la figuración, a través de la abstracción geométrica se manifiesta el fenómeno óptico durante nuestros días.
Como decíamos al principio, el primero en recurrir a los tubos fluorescentes fue el neoyorquino Flavin, al comienzo de los años 60. Sus cilindros de neón con color, solitarios o en grupo, siempre constituyen ángulos rectos; además suelen poseer la particularidad de cortar las esquinas de los recintos de exhibición y de colorear los muros. Dos ejemplos suyos se nos muestran en Santiago. Simplemente distribuidos verticales y en una serie ascendente de uno, dos y tres, pertenecen al hoy lejano 1963. El otro aporte resulta de 1966-1968, enmarcan sobre la intersección de dos muros un volumen amarillo, blanco y rosa, donde solo este último se expande a su interior. Tuvimos ocasión de admirar lo que nos parece el más hermoso trabajo del artista, en el estupendo Museo Kröller-Müller de Holanda. Así, de una de sus salas arranca un recto trazo de luz azul que atraviesa el ventanal y se prolonga en medio del bosque circundante. Eso es todo, ¡pero qué elocuencia visual ostenta!
Sin embargo, la obra más notable del conjunto visitante, Chromosaturation (1965/2016), pertenece a un conocido de nuestro público, el venezolano Carlos Cruz-Diez. Más allá de un op art ambiental y de una saturación de espacios con color lumínico, se trata de una atmósfera ambigua que no únicamente envuelve al espectador, sino que llega a vaporizarlo en unión estrecha con el ámbito arquitectónico que lo contiene. Y esa bruma dinámica de luz blanca, magenta, rosa, verde claro, azul, hace perder la noción de límites espaciales, reducidos apenas a asomos de planos rectangulares cambiantes. Realización sorprendente, sin duda. Linda, aunque menos audaz, la ancha columna (2012) del estadounidense Leo Villareal consiste en barras metálicas colgantes sobre las que suben y bajan, intermitentes, brillantes lucecitas blancas en ricas variaciones. Cierto parentesco con él deja ver su compatriota Jim Campbell con su constelación de albos globitos (2011) que, según la ubicación del observador, dejan ver el tránsito de negras siluetas humanas.
Tres artistas del Reino Unido entregan aportaciones atractivas. Así, Conrad Shawcross exhibe un cubo de rejillas metálicas (2009), cuyo móvil foco luminoso interior proyecta las firmes sombras del metal en todo el espacio circundante, asimismo aprisionando al visitante. Entretanto, el cono de luz vaporosa (2005), de Anthony McCall, dibuja sobre una pantalla grandes rectas y curvas abstractas, entre las que sobresale una elíptica impecable. En Ann Veronica Janssens, haces de humo rosado materializan una estrella o rosa volumétrica de siete puntas (2007). La austríaca Brigitte Kowanz por entero recurre al minimalismo. Se trata de una escalera elemental (1990-2013) de once peldaños, que son simples tubos de neón blanco. De veras complejo emerge, en cambio, el alargado paisaje (2011) con escultóricos juegos de agua enceguecedores y como cascadas de diamantes, del danés Olafur Eliasson; su dinamismo violento va a la par con una peculiar pesadez formal.
Respecto al californiano James Turrell, su trabajo de 1974 busca engañar el ojo del público. De esa manera, y mediante fluorescente luz de color, define inexistentes telones y perspectivas en diagonal. El propio recorrido en la oscuridad hasta llegar al sitio en que se encuentra la obra parece formar parte de ella. Por el contrario, a partir de un concepto antes simbólico que artístico, las puestas de sol en Las Vegas (2004-2007), del escocés David Batchelor, se esconden tras un complicado aparataje. Las ejecuciones del francés François Morellet y del neozelandés Bill Culbert nos parecen algo anticuadas. La del primero (2006) consiste en la deconstrucción de un círculo de neón blanco; si bien unidas entre sí, sus porciones son lanzadas verticalmente al espacio. Por más que constituyan una escultura auténtica, no dejan de recordar construcciones de comienzos del siglo pasado. También con la mirada en el ayer, Culbert opta por el objeto, al cual tiñe de surrealismo mediante la paradoja de una ampolleta irreal prendida y una real apagada. Todo lo contrario de estos últimos participantes, nuestro compatriota Iván Navarro se luce. Sus dos aportes, enteramente distintos entre sí, vuelven a desorientarnos sensorialmente con sus ambiguas perspectivas de luz.
Light Show
Excelente oportunidad de conocer a importantes cultores de espacios y esculturas de luz.
Lugar: Fundación CorpArtes.
Fecha: Hasta el 11 de septiembre.