" No Man is an island ", es un dicho muy célebre que quizás algunos conozcan por un single -no muy bueno, a mi modesto musical entender- del cantante Jon Bon Jovi. Otros pueden haberlo oído en la película "Un gran chico", en la cual el inolvidable protagonista, Marcus, le recrimina al indolente y tristemente emancipado Will (muy bien actuado por Hugh Grant): "As Bon Jovi said: no Man is an island". La película, a su vez, es una versión de la novela, del mismo título, del buen escritor británico Nick Hornby (1957).
La deriva de la frase empezó mucho antes, cuando Ernest Hemingway la incluyó como epígrafe de su voluminosa novela "Por quién doblan las campanas", publicada en 1940, en la cual narra el compromiso de un profesor norteamericano, del lado republicano en la guerra civil española, durante la cual Hemingway sirvió como corresponsal. El epígrafe, que le viene como anillo al dedo al relato, transcribe un fragmento pequeño de la bella y enjundiosa Meditación XVII del clérigo, abogado y gran poeta inglés John Donne (1624), obtenida de su ciclo " Devotions Upon Emergent Occasions ", el cual, en una versión libre, señala: "Ningún hombre es una isla, completo por sí mismo, cada hombre es un trozo del continente, una parte del todo. Si una porción de tierra es arrastrada por el mar, toda Europa empequeñece, así como si fuera un promontorio, o como la casa de uno de tus amigos o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti".
La independencia me parece el sano deseo de hombres y países de adoptar las principales decisiones que les conciernen de modo autónomo y de mantenerse razonablemente al margen de los problemas que aquejan a los demás. Simpatizo espontáneamente con esa tendencia a "aislarse" y me imagino cuanto más poderosa puede llegar a ser en quienes geográficamente habitan en una isla. Es cierto que ella se tensiona con la convicción humanista y cristiana que parece afirmar Donne, aunque en la meditación en su conjunto el hombre se halla subordinado a la existencia de Dios, cuya "mano vinculará de nuevo a todas nuestras hojas dispersas para esa biblioteca donde todos los libros se encuentran abiertos el uno al otro".
La conciliación de ambos principios es una encrucijada que no admite fuga. Ningún hombre es una isla, más que un imperativo moral, es la descripción irrefutable de la condición humana, y los otros -el prójimo- se arriman a nuestras costas, querámoslo o no, por fuerte que sea nuestro espíritu libertario y, entonces, cuando se hallan de cara a nuestra mirada, solo cabe la responsabilidad.