Edgardo Marín afirmó ayer en estas mismas páginas que estaba seguro de que la obtención de la Copa América Centenario iba a generar un progreso en el fútbol chileno por el efecto de emular. Ojalá tenga razón, como la ha tenido en muchos otros asuntos de nuestro deporte. Pero a partir de la sentencia, la primera pregunta que cae de madura es: ¿cuánto tiempo deberemos esperar para que otra generación privilegiada alcance estas alturas? Y otra inmediata: ¿qué tiene que hacer el fútbol chileno para que no se replique el período de sequía como el que hoy sufre el tenis después de haber descollado mundialmente con Marcelo Ríos, Fernando González y Nicolás Massú?
Quien suscribe estas líneas era partidario de formar una selección alternativa en Estados Unidos. Una que otra figura que no estuviese tan "jugada" en la temporada y que el grueso del plantel fuera integrado por promesas locales. Era una posibilidad para que Juan Antonio Pizzi probara un nuevo contingente en instancias de alta competencia con el que se comenzara a vislumbrar un recambio, algunas apariciones que dieran esperanza para la renovación y que no siguiéramos apostando a aquellos mismos de los que tanto hemos "usufructuado". Pero a la luz de los resultados, la posición puede calificarse como un error mayúsculo. Una vez más, este grupo confirmó su categoría, pese a venir de una temporada intensa en Europa y con un puñado de partidos al mando de un entrante cuerpo técnico.
No obstante, insisto con el fondo de la propuesta: la clasificación a Rusia 2018 es en perspectiva un objetivo más valioso que este merecidísimo título continental. El próximo Mundial es la posibilidad más cierta de que este mismo plantel trascienda definitivamente a nivel planetario. La consecución del campeonato el domingo pasado, por cierto, descartó la variable "desgaste" de los jugadores, una de las razones esgrimidas para que no fueran a disputar el torneo; sin embargo, solo el tiempo expondrá si este esfuerzo no se traspasará a la selección en los seis decisivos partidos que debe jugar por las eliminatorias durante septiembre, octubre y noviembre próximos.
Esta feliz coyuntura y, en teoría, el auspicioso segundo semestre clasificatorio como los mejores de Sudamérica tampoco resuelven la problemática sustancial: ¿quiénes son los que apuran a corto plazo a estos jugadores y que en definitiva los sustituirán después de Rusia? La emulación -vuelvo a referir la columna de Edgardo Marín- es un acto de voluntad que debe tener algún correlato material. Lo inquietante es que el afán de imitar a los ejemplos vivientes, y superarlos dentro de lo posible, no se puede dar bajo ninguna circunstancia en las actuales condiciones. El presente exitoso del fútbol chileno representado en su selección es un espejismo, una ilusión óptica. Podemos vivir de ella, escribir sobre ella, enorgullecernos, empoderarnos, pero cuando pase esta marea roja, ojalá que no solo nos quede una insoportable sensación de vacío.