Era fines de noviembre de 1968, "Tres Tristes Tigres" no llevaba ni quince días en cartelera y a Raúl Ruiz ya le estaban aguando la fiesta: Germán Becker, el director de "Ayúdeme usted compadre", el gran éxito del momento, no ocultaba el disgusto que le había causado el estreno: "una película mala, a la que no asiste público, le hace daño a todo el cine chileno". Ruiz, quien se había llevado el aplauso de la crítica, la cual había descuerado la obra de Becker, contestó que el "Compadre" era "un filme que le hacía daño al país. Lo está enfermando de chauvinismo más de lo que ya está".
Con los años, el cineasta se metería en una que otra polémica local, pero ninguna tan colorida (pueden revisar el episodio en CineChile.cl, que rescata la nota original de Revista Ercilla). Mal que mal, sus ladinos "Tigres" eran la perfecta respuesta al soleado y risueño país que Becker se había inventado a partir de un puñado de canciones, paisajes y rostros conocidos. Ruiz lo tenía claro hace casi medio siglo y esa sensación se refrenda ahora, cuando el filme vuelve en gloria y majestad, en la muestra de veinte de sus películas que la Cineteca Chilena programará desde el 8 de julio.
Los que por años se acostumbraron a verla borrosa y casi inaudible, en una copia a punto de desarmarse, se sorprenderán con la belleza de la restauración -elaborada a partir de unos rollos que fueron almacenados durante décadas en el British Film Institute-, pero sobre todo por el preciso diagnóstico que el director desliza en torno a la desidia y claustrofobia nacional, y no me estoy refiriendo a la de fines de los 60: aunque poco y nada sobrevive hoy del insomne y desvelado Santiago que retrata el filme, la compulsión de la capital se devela al completo en las andanzas de Tito (Nelson Villagra) y Rudy (Jaime Vadell), empleado uno y dueño el otro de una automotora que sobrevive a punta de cheques rebotados y deudas perennes. Pero Ruiz no está interesado en los hechos sino en las apariencias, en las fábulas que ellos se inventan para continuar animando sus respectivos circos. Tito hace como que trabaja, pero cada paso que da en la cinta junto a su hermana (Shenda Román) y su mejor amigo (Luis Alarcón) va impulsado por un torbellino de trago, comida y borracheras, que se renueva sin descanso, noche a noche. Rudy anda en las mismas y quizás algo peor: obligado por un asunto de clase a llevar una vida "pituca" y demostrar prosperidad, todo en él se ha vuelto fachada, careta, simulacro. Y quizás ahí es donde radica el poder que el filme todavía ejerce sobre nosotros, hijos y nietos de la generación que la cinta retrata: entre chiste y chiste, bolero y bolero, botella y botella, sus imágenes apenas dejan espacio para llorar miserias, mirar hacia atrás ni menos hacer autoexamen. La farra sin fin, el carrete terminal que mantiene ocupados -o, mejor dicho, distraídos- a los pasajeros de esta historia, parece directo antecesor de nuestra escapista vida de posteos, chat, preemergencias, partidos de la selección y protestas cada día jueves; una suerte de instancia normalizadora, repleta de pequeños detalles, sobreentendidos, bromas privadas, conatos de lucha, trámites abandonados, treguas apresuradas y canciones a medio cantar. El mundo convertido en el trabalenguas del título. Algo que declamas en forma espasmódica, que jamás alcanzas a terminar "como Dios manda" y, simplemente, dejas a la mitad. Botado como perro.
Puede que se trate de un sentimiento universal, pero Ruiz lo expresa de forma tan específica, endiablada y clausurada, que se entiende el estupor con que a veces reaccionan los críticos extranjeros que se exponen a la experiencia. Saben que se trata de algo único y les fascina; pero no hay caso: por más esfuerzo que hagan, siempre habrá un nivel más, otro sótano o altillo en esta casa de locos, que los dejará fuera del juego. Afincado en Francia tras el golpe militar, el realizador echaría mano repetidamente de esa innata aptitud para configurar películas como quien se arma laberintos, pero el que vea los Tigres por primera vez -y, en cierto modo, mirar esta restauración es casi "ver" una nueva película- tendrá el raro privilegio de acceder al producto original, aquel del cual emanó todo el resto de sus entelequias e inagotables ocurrencias. Hablándole a Ercilla, Ruiz lo pintaba a propósito de forma mucho más simple: "muestro la vida de un santiaguino medio. Nada de lo que le ocurre es realmente importante. Si pasa algo importante, no se da cuenta".
¿Esa era la idea, desde el inicio? Poco importa: el joven realizador que fue capaz de atrapar, de encarcelar esas visiones, se ha vuelto tan eterno como ellas.
Tres Tristes Tigres
En Cineteca Nacional
entre el 8 y 31 de julio.