Como nunca antes, en términos de opciones de ganar, la final de hoy acerca a Chile con Argentina. Y lo hace por un factor que nos debe reconfortar: no son los trasandinos los que han bajado el nivel de excelencia de su seleccionado. La disminución de la brecha que durante décadas del siglo pasado nos marcó a fuego cada vez que el rival era un representativo nacional argentino, o incluso un club de segunda categoría, es una impronta de inocultable progreso que debe relevarse cualquier sea el resultado en New Jersey.
Argentina sigue siendo el favorito porque mantiene vivos los atributos colectivos e individuales que la tienen instalada entre los eternos candidatos cualquiera sea el torneo que dispute. Pero son justamente esas virtudes las que Chile ha logrado compatibilizar esta última década, como para desafiar la superioridad histórica de la Albiceleste. No siempre grandes jugadores son capaces de conformar un gran equipo. La Roja ha pasado por etapas en que solo los talentos de futbolistas relevantes le otorgaron algún grado de jerarquía internacional, como también por épocas en que el esfuerzo colectivo y un efectivo liderazgo técnico pudieron diferenciarla de competidores equivalentes.
Es un hecho indiscutible que del actual plantel chileno que disputará la final hay a lo menos cuatro nombres que sin ninguna duda son los mejores de nuestra historia en sus puestos. Y se podrá debatir si clasificando al Mundial de Rusia uno o dos más podrían pasar a serlo. Pero más allá de las puntualizaciones sobre sus lugares en las memorias del fútbol nacional, la diferencia que ha marcado la selección de esta década con respecto a sus antecesores en la Roja es justamente por la que hoy ni siquiera el más optimista de los argentinos puede sentirse confiado: la inquebrantable convicción en que se le puede ganar a cualquiera.
Llámese seguridad, orgullo, ambición o vergüenza. Esta generación ya no es solo esa feliz sincronía de jugadores dotados con capacidades futbolísticas superlativas que rompieron varios registros, sino que con el tiempo se ha convertido en un grupo solidario que en la cancha ha reducido la brecha mental que nos separó del primer escalón. Un grupo que en tal sentido ha delimitado un antes y un después (aunque lo que se visualiza sin ellos a futuro no parezca tan auspicioso).
Gane o pierda este domingo, el éxito de esta promoción no puede medirse solo en goles o títulos. Aquí hay componentes que trascienden lo deportivo, a los que solo la distancia temporal logrará darles su dimensión histórica, una justa perspectiva que se aleje del fanatismo. Así como urgimos a la ANFP a que normalice el estado del fútbol chileno y a los dirigentes de clubes que operen con la seriedad de quienes lideran organizaciones con identidades sociales y no solo empresas con fines de lucro, es tarea apremiante, prioritaria, estudiar las razones de este fenómeno y administrar la herencia que nos está dejando esta generación. Farrearse desde ya la posibilidad de hacerlo sería imperdonable.