El título alude a un verso del célebre poeta alemán Federico Hölderlin, perteneciente a un bellísimo himno llamado "Pan y Vino", donde señala: "¿Para qué poetas en tiempos de penuria"?, pregunta que da pie, a su turno, a una no menos famosa meditación del filósofo alemán Martin Heidegger.
Todo esto me vino a la cabeza a raíz de mi participación como jurado en el Premio de Poesía Jorge Teillier, que otorga la Universidad de La Frontera y que en esta, su tercera versión, recayó en el poeta Omar Lara (antes lo obtuvieron Manuel Silva Acevedo y Elicura Chihuailaf). Las sesiones se celebraron en un Temuco cordial, lluvioso y lleno de luz. Las noches de esos días las dediqué a leer frenético cientos de poemas de los postulados, entre quienes se encontraban a lo menos diez autores cuya creación poética se ubica en la cima de la poesía chilena actual (excluidos, por reglamento, los premios nacionales de Literatura). ¡Qué vitalidad y diversidad se advierte en la poesía chilena! ¡Qué ganas de premiarlos a todos! La dificultad se planteó por abundancia y no por escasez (tan distinta a otras experiencias mías en que, en verdad, correspondía declarar el premio desierto). Es errado pensar que la poesía chilena se encuentra de capa caída. Al contrario, el desierto no avanza, sino que retrocede. Y detrás de esta pléyade de participantes viene otro oleaje -ni siquiera tan jóvenes ya- tremendamente vigoroso. Todo en tiempo de penurias.
No solo para Heidegger, sino que para todo un grupo de pensadores y creadores las penurias comenzaron hace rato y, muy a la ligera, aluden a una gran carencia que se oculta como tal, la ausencia de un resplandor que no echamos en falta. Se le puede dar muchos nombres a ese hueco escondido, pero es una indigencia epocal y global; para hablar en términos muy simples, es una tendencia de largo plazo y universal. A veces cuando se leen los análisis de lo que ocurre en Chile, percibo que se confunde lo que pertenece a esa carencia, como rasgo común de estos tiempos, con los aspectos específicos de nuestra crisis institucional, que, con todo, es mucho más modesta, pasajera y subsanable.
La otra, que alguien llamó poéticamente "la muerte de Dios", no depende de un gobierno ni de un pueblo. Los poetas, en cambio, son los llamados a mantener vivos los vestigios de esa ausencia. Los poetas son los guardianes de la Palabra (así con mayúscula) en tiempos de la gran penuria.
Visto desde este horizonte histórico de gran amplitud, visto con el ojo de quienes piensan lo más digno de ser pensado, Chile debería estar tranquilo y orgulloso. Tiene una reserva enorme y misteriosa de poesía bullente, crítica, despierta.