El caso Bravo tiene un trasfondo eminentemente político. Si fuera de resolución puramente técnica, acorde con la lógica de los rendimientos que tantas veces esgrimen los seleccionadores, Juan Antonio Pizzi ya habría adoptado una decisión: reemplazarlo. Pero el entrenador, quien a todas luces no oculta su perfil de ex futbolista, ya fijó una posición que bien se podría leer como una dogma: Claudio Bravo no solo es el arquero récord en la selección y titular de los últimos años, es además un referente ineludible en el plantel y, por si fuera poco, también es el capitán del equipo.
Resulta evidente que Bravo pasa por el momento de más bajo rendimiento desde que se fue a jugar al extranjero, y es hasta explicable luego de la lesión que lo dejó fuera de los últimos partidos en el Barcelona. Coincidió también su descenso con un problema familiar que lo hizo posponer su integración al trabajo de Pizzi. Todos los antecedentes pronosticaban que no nos encontraríamos con un Bravo a punto, pero su presencia en esta Copa América Centenario era casi obligada, desde que el seleccionador determinó que iría con lo mejor que tiene, máxime si la impostergable discusión por los premios seguía pendiente. Así las cosas, el equipo partía sí o sí por Bravo.
Y es justamente por los yerros de Bravo que Pizzi comienza a mostrar un principio básico con el que seguramente se irá, en el sentido más ontológico de la expresión, a la tumba: su incondicional fidelidad por la trayectoria del jugador más que por su presente futbolístico. (El caso Eduardo Vargas es otra prueba). Particularmente en el caso del arquero-capitán, e independientemente de que sus sustitutos estén atajando más que él (lo que hoy no es mucho pedir), Pizzi no va a traicionar los códigos de sacar a alguien que simboliza tanto, salvo que el propio jugador se lo pida, situación altamente improbable.
Hay detrás de esta política técnica "conservadora" varios riesgos asociados. Si Bravo no recupera su nivel a corto plazo y Chile queda fuera del torneo por otra lamentable falla, a Pizzi le pasaremos la factura por su inflexibilidad o capricho, como se quiera interpretar su principio. Quedará marcado a fuego para el resto, sin que medie duda, que así como sucedió con el arquero, es muy posible que en circunstancias similares pase lo mismo con Medel, Alexis, Vidal o incluso Díaz, Aránguiz y Vargas. Y bajo esa premisa, son varios los que más que luchar por la titularidad se conformarán solo con disputar una nominación a la Roja, porque lo otro estará casi vedado.
Pizzi podrá argumentar que Chile tiene un "plantel corto" y que el recambio no parece ni siquiera próximo. Pero si extrapolamos, el caso Bravo abre una incógnita respecto de los alcances y proyecciones que pueda tener su gestión al mando de la selección. Si su presencia será meramente instrumental para llegar a Rusia o si representa algo más ambicioso y enriquecedor, como para sentar las bases de un exitoso nuevo ciclo.