El Teatro de la UC no estrena "La soga" -del inglés Patrick Hamilton, primer gran éxito teatral en 1929 de este dramaturgo y narrador muy prestigioso en su tiempo- como tributo a la célebre versión cinematográfica de Alfred Hitchcock, pese a que la referencia es inevitable, sino porque esta pieza de suspenso, admirada antaño como ejemplo de obra "bien escrita", reapareció tras 40 años de ausencia en las carteleras de Londres y Off Broadway. No por mérito propio, a decir verdad, sino a consecuencia de que las olvidadas novelas de Hamilton fueron redescubiertas a partir de 2000.
Luis Ureta, que la dirige, resuelve dignamente la representación de su alambicada intriga -que muchos recuerdan por la película de 1948- acerca de dos jóvenes universitarios de la aristocracia que asesinan fríamente a un condiscípulo solo por el placer de cometer el "crimen perfecto". Tanto más perversa es aún la cena que celebran luego usando de mesa el baúl en el que metieron el cadáver -entre los invitados figura el padre de la víctima-.
Un thriller cuyo suspenso no está en la comisión del delito, sino en si éste será o no descubierto, y que tiene en su base la noción planteada por Nietzsche, del "superhombre", que, lejos de la mediocridad del rebaño, se ubica más allá del bien y del mal. El motivo o tópico del juego de complicidad que la siniestra trama entabla con el público, que sabe lo que ignora la mayoría de los personajes, es la impunidad de los ricos y poderosos y la arrogancia de clase y de quien se jacta de ser intelectualmente superior.
Desplazando la acción a la década de 1950, la entrega define su estilo como realista, apoyándose en una cuidada ambientación de época que le da valor como tal. Pero en tanto avanza el texto, revela -como sucedió en Londres y Nueva York, atendiendo a las reacciones críticas- que el tiempo lo envejeció y redujo su imán. Luce anticuada, destinada a una sensibilidad hoy inexistente; sus recursos parecen ingenuos, predecibles o rebuscados (lo que ya habría ocurrido con la cinta si Hitchcock no le hubiera sobrepuesto un giro experimental).
Por más que la dirección intenta darle vigencia y peso a su sentido (incluso con dos o tres imágenes teatrales agregadas para expresar la confusión histérica del amigo cómplice), nunca deja de ser un divertimento policial más bien pasado de moda. Habría funcionado mejor si hubiera abordado la definición de los personajes y el humor macabro con una ironía más fina. No fue el caso. Solo un ejemplo: con dos o tres veces que Alex quebrara su muñeca, quedaría explicitada la supuesta homosexualidad del protagonista, pero lo hace toda la obra. Eso, además de ofender la inteligencia del espectador, da una mirada gruesa y estereotipada a lo gay . Y un desacierto mayor: en una sola breve escena, Benjamín baja a platea, rompiendo la "cuarta pared" y, por tanto, la ficción, la atmósfera y el estilo determinado antes (como queriendo remarcar la artificiosidad de la intriga, lo que no era necesario).
En el tercer acto de un relato en tiempo real que fluye sin interrupciones, el interés se centra en el profesor que devela el secreto y desenmascara a los asesinos. Un personaje que por su melancólico y desencantado nihilismo es lejos el rol más complejo y rico (y que además sugiere un reflejo del propio Hamilton). Interpretándolo, Rodolfo Pulgar se adueña del escenario y brinda el momento teatral más estimulante de toda la velada.
Teatro UC. Jorge Washington 26, Ñuñoa. Miércoles a sábado, a las 20:30 horas. Desde 4.000. Informaciones al 22055652.