El comienzo en penumbras, con un llanto entrecortado y la pregunta "¿te das cuenta lo que hemos hecho?" es el inicio que marcará uno de los rasgos centrales de este
thriller, la diferencia entre el desafiante Alex y el inseguro Sebastián, los dos amigos ricos, elegantes, que protagonizan "La soga". El problema es que la inseguridad de Sebastián pone en peligro el riesgoso desafío a que los ha llevado su arrogancia.
La obra se anuncia como el proyecto central de este año en el Teatro de la Universidad Católica. La elección de un gran director como es Luis Ureta, un destacado conjunto de actores, una elaborada escenografía y una temporada extendida a dos meses confirman su relevancia. Su proposición central, a pesar de los casi noventa años desde su estreno en Londres, tiene plena actualidad: algunas personas creen estar por sobre las leyes y la moral; piensan que su clase, su mayor preparación, su inteligencia les permiten contravenir las leyes y tener impunidad. Con un agregado peligroso, la justicia no está en los tribunales, no hay por qué respetarlos. Es lo que dicen los protagonistas, pero no es la proposición de la obra.
"La Soga" fue escrita por Patrick Hamilton el año 1929 y Alfred Hitchcock la llevó al cine en 1948. En ambos casos las fechas son algo posteriores al fin de las desastrosas Primera y Segunda Guerra Mundial, era extendido el pensamiento de que los pueblos habían sido llevados a ellas por errores y arrogancia de sus dirigentes. El origen se atribuía, entre otras causas, al pensamiento de Nietzsche que había subyugado a las clases dirigentes: los hombres de inteligencia superior, "superhombres", no tienen por qué someterse a la esclavitud mental que proponen las religiones y las culturas, sólo los débiles se someten. Es el argumento que da Alex a Bruno, su profesor de filosofía y el único, según él, capaz de entender la belleza de exponerse al riesgo: cometer un crimen, colocar el cuerpo en un baúl, ponerlo en el centro del salón e invitar al padre y a la novia de la víctima, además al inteligente profesor que podría advertir el juego, y probar así su dominio de la situación y su inteligencia superior.
La estructura de una obra policial exige que se vayan dando datos en forma algo oculta e inteligente para ver si los espectadores son capaces de advertir los indicios y relacionarlos. Su dramatismo dependerá de la forma en que se desarrolle el suspenso. Como un mecanismo en que todas sus partes deben calzar en forma perfecta, las experimentaciones tienen poco espacio.
En esta puesta en escena encontramos dos desafíos paralelos, el de la pretensión de Alex y Sebastián de cometer un crimen perfecto que les permite quedar impunes, y el de Luis Ureta al dirigir una obra policial y mantener su nivel de creatividad. Alex y Sebastián no consiguen su objetivo, y diría que Ureta lo consigue sólo en parte.
El protagonista, Jorge Arecheta en su papel de Alex, se ve sobreactuado. Para ser un intelectual que se siente superior es demasiado hiperquinético, se ve como obligado a estar siempre llamando la atención, y cuando al final de la fiesta todo parece haber resultado bien, salta sobre el baúl, se saca la chaqueta, la tira lejos y se mueve como en un baile. A su vez, el personaje Clara, de Samantha Manzur, se desplaza como en ballet de un lado a otro del escenario y casi nos hace saltar con sus gritos cuando escucha los truenos. Pero lo que parecían excesos, mirados en conjunto, obedecen a una razón comprensible: toda la puesta en escena se actúa con una cierta grandilocuencia porque es el recurso para dar mayor teatralidad el estricto mecanismo verbal y de movimientos que exige la obra. No puede estar aquí el Luis Ureta innovador, pero sí está el buen director que da a su obra el ritmo apropiado.
Anita Reeves, en su papel de la Sra. Bertha que va a ayudar a servir y que tiene un breve pero esclarecedor diálogo con Bruno, desarrolla con solvencia su papel. Eduardo Barril pone también toda su experiencia para construir bien su personaje de Sir Thomas Spencer, Esteban Cerda actúa con cuidado su tímido y no muy inteligente personaje de ex novio de Clara, y Rodolfo Pulgar sí puede lucirse en las distintas etapas del Profesor Bruno, el personaje que debe encarnar la lucidez y la fuerza.
Luis Ureta da un final que no es el que propone Patrick Hamilton ni el que adoptó Alfred Hitchcock. Bruno, el profesor, mantiene su lucidez y en representación de la sociedad anuncia el castigo al vil asesinato, pero su acción final, más que el resultado natural a que conduce toda la acción, deja perplejo y obliga a pensar por qué lo hace.
La soga
Dramaturgo: Patrick Hamilton
Director: Luis Ureta
Lugar: Teatro UC
Jorge Washington 26, Plaza Ñuñoa
Fecha: Hasta el 30 de julio
Horario: Miércoles a sábado, 20:30 horas
Más información en teatrouc.uc.cl