Con la cartelera copada de "
blockbusters", el cinéfilo -que ya vio los escasos títulos de cine-arte en oferta- y, en general, cualquier adulto asiduo al cine no la tienen fácil.
Es la época.
En ese contexto, "La última ola" ("The wave" en su traducción al inglés) -considerada la primera película noruega del subgénero "catástrofe", de las que Hollywood ha producido en abundancia- se asoma como una posibilidad nada despreciable.
Así como en Chile sabemos de terremotos,
tsunamis y volcanes que de pronto despiertan, la hermosa geografía noruega también tiene su historia de tragedias naturales.
Se trata de un territorio plagado de fiordos (se dice que los más profundos del planeta), rodeados de montañas y pequeños pueblos, cuya sobrecogedora belleza atrae a muchos turistas.
En 1934, un deslizamiento de tierra sobre el fiordo de Tafjord terminó en una avalancha de dos millones de metros cúbicos de montaña que se precipitaron sobre el agua, generando un
tsunami que arrasó con las viviendas de las orillas, causando 47 muertes.
"La última ola" parte recordando esta tragedia para luego situarnos en el fiordo de Geiranger, donde existe un Centro de Detección y Aviso de Desprendimientos de Montaña, que manejan geólogos que no solo cuentan con tecnología de punta sino que "vigilan"
in situ las inestables masas de montaña: allí revisan en terreno los sensores, en riesgosas escaladas.
Uno de ellos es Kristian Eikjord, quien vive con su esposa -ejecutiva de un hotel de la zona-, su hijo adolescente y su hija pequeña en este verdadero paraíso. Es el último día de trabajo de Eikjord en el Centro, pues ha aceptado un puesto en una petrolera.
Antes de recoger sus cosas y marcharse, Kristian mira con inquietud las señales de los monitores, que indican que ha "desaparecido" una masa de agua. Sus colegas le restan importancia.
A minutos de tomar el transbordador hacia su nuevo destino, Kristian se devuelve e insiste. Junto a uno de sus compañeros va a las montañas y lo que ve lo desazona aún más. Sugiere dar alerta roja -que significa hacer sonar las alarmas para que todo el pueblo suba a las colinas-, pero el encargado cree que no es bueno crear pánico.
La montaña le dará la razón a Kristian.
La dirección de fotografía -más que los efectos especiales- recoge con tal fuerza la belleza y el poderío de la montaña y esos fiordos, que desde la primera imagen la sentimos imponente y nos transmite el peligro agazapado.
La naturaleza es el eje en torno a la cual se teje un drama humano y de suspenso, que sigue a esta familia en medio de la catástrofe. Prácticamente toda la película es en exteriores, y eso es lo que domina. Por eso la parafernalia tan propia de ciertas producciones hollywoodenses no tiene espacio aquí.
Es cierto que el guión tiene por ahí sus debilidades y ciertos giros forzados, pero en contraparte, la elegancia y sobriedad con que se aborda el relato dosifican, cuando no eluden, todo ese ingrediente melodramático y obvio tan común en este tipo de superproducciones.
Aunque para los estándares del cine noruego esta es una película costosa, queda claro que se puede filmar una historia de catástrofe sin que se convierta en un frenético festival de efectos especiales y trucos digitales.
También, que cuando se vive en medio de una naturaleza difícil hay que invertir en recursos y profesionales, pero de verdad. Y que aun así, la condición humana puede echar todo por tierra.
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Entrañable.
(Ambas en cartelera).