No se olvidará el estreno en Chile de "Las Indias Galantes" (Les Indes Galantes, 1735), ópera-ballet de Jean-Philippe Rameau y libreto de Louis Fuzelier. Y no se olvidará por la altísima calidad de orquesta y coro, el ingenioso uso para la ópera de la técnica del teatro negro, por las implicancias modernas -con el centro en la ecología- de la puesta en escena y por una maquinaria teatral que consiguió dar vida contemporánea a este espectáculo concebido para ser alegría y fasto de la despreocupada corte francesa del siglo XVIII.

La historia habla de dioses y diosas en disputa -Belona, Hebe y Amor-, pero concentra su atención en un grupo de jóvenes que emigran a países lejanos (Turquía, Perú, Persia y América del Norte), donde tendrán encuentros amorosos con naturales de esas zonas entonces "remotas". Por cierto, lo que anima la ópera de Rameau es el grand spectacle, pues las historias son mínimas y ningún personaje está verdaderamente terminado. Sin embargo, son más de tres horas de buena música donde comparecen recitativos, arias, dúos, escenas corales, fragmentos orquestales y danzas, todos destinados a comentar incertezas y certezas de amores marcados por la melancolía, la esperanza o la dicha.

Bajo la dirección musical de Mauricio Birman, la Orquesta Barroca Nuevo Mundo trajo un maravilloso conjunto de instrumentos antiguos, fundamentales para obras de este tipo, y ofreció un trabajo de acabada y fina sonoridad, raras veces posible de escuchar en estas latitudes. Tanto en los fragmentos sinfónicos como en el delicado acompañamiento del continuo para recitativos y ciertas arias (un lujo, Manuel de Olaso), dominó no solo una pulcritud extrema sino también una sensibilidad superior. Sería largo explicitar todo, pero no se pueden olvidar momentos como "L'éclat des roses les plus belles", por el tenor chileno Exequiel Sánchez, una voz preparada para este repertorio en términos estilísticos, junto al teorbista Marcelo Vidal; el bellísimo "Viens, hymen, viens m'unir au vainqueur que j'adore", de Phani, cantado por la soprano Madelene Vásquez, todavía en formación pero de claro talento; la escena de la tormenta en el acto turco, con sus cambios de tonalidad y trémolos en los violines, y el dúo "Volez Zephirs". Se contó también con solistas ya probados, como los barítonos Ricardo Seguel y Patricio Sabaté, y la soprano Patricia Cifuentes, y con un conjunto coral, preparado por la excelente Paula Torres, que no se limitó solo a cantar sino que participó activamente de la puesta. Las numerosas danzas tuvieron coreografía de Ítalo Jorquera y fueron ejecutadas con corrección y vitalidad.

Puesta en escena

Esta rica puesta en escena de Martín López Romanelli cuenta con escenografía virtual firmada por David Meza y Germán Droghetti y vestuario de este último que incluye una suerte de armaduras transportables -en referencia a los trajes usados en la antigua corte gala-, de las cuales los protagonistas se desprenden al cantar los números más íntimos de la partitura. La base del juego escénico es el uso del teatro negro, a cargo de la compañía uruguaya Pampinak, que logra momentos mágicos y que ayuda tanto a una visualidad siempre atractiva y cambiante como a subrayar el marcado acento ecológico de este trabajo: luciérnagas, mariposas, flores de loto, aves, arañas, cardúmenes y hasta una ingenua referencia al león del zoológico de Santiago se dan cita en estas "Indias Galantes", donde incluso una lluvia de bolsas de plástico viene a refrendar que la preservación del amor pasa por conservar nuestro mundo. No se extrañe el público que asista hoy si una erupción de lava pasa por sus cabezas.