No hablemos de las estadísticas, porque son malísimas, pero la variable "amistosos" es todavía una suerte de desviación estándar (con el perdón de los matemáticos) que juega a favor del entrenador. El punto de debate es que Juan Antonio Pizzi aún no justifica su llegada a la selección nacional, y menos, en consecuencia, la estatura técnica para sustituir a Jorge Sampaoli, que ya se sabe, en cuanto a números, son palabras mayores.
La presencia de Pizzi no le ha adosado por ahora ningún atributo nuevo al equipo chileno. Aún no hay un diseño claro de lo que el entrenador pretende en términos de modelo y durante el proceso de búsqueda se ha paseado por variantes que tampoco han decantado en un indicio de propuesta. El discurso público de Pizzi sobre su idea de juego tampoco arroja muchas luces, más bien parece un compilado de generalidades sobre pretensiones a mediano plazo y objetivos tan naturales como los que puede tener cualquier jefe que asume un cargo de alta responsabilidad con un comprobado recurso humano de excelencia. Incluso, si se quiere extremar una óptica subjetiva, su lenguaje no verbal desde el borde de la cancha proyecta cierta desorientación y una inquietante sensación de impotencia.
La derrota ante Argentina, un resultado lógico que debemos asimilar sin vergüenza, visibilizó su error estratégico, que no radica en la fórmula de origen, lo cual tampoco es un pecado venial, porque el juego de alguna manera tiene que partir y el oponente también tiene que jugar. Lo preocupante es que en la faceta de corrección, Pizzi no estuvo "vivo" para aplicar modificaciones que a la luz de lo que sucedía tempranamente eran muy evidentes: el ahogo sistemático sobre Marcelo Díaz y Charles Aránguiz, la recarga en volumen por sobre el sector de Mauricio Isla y el excesivo personalismo de Alexis Sánchez que en realidad era una búsqueda posicional dado el extravío de Eduardo Vargas.
No se entiende que la ausencia de gol, quizás el factor más preocupante que carga la selección nacional en esta etapa, se encare ante los trasandinos sin un hombre de área, como Mauricio Pinilla o Nicolás Castillo, desde el primer minuto. La marginación de Jorge Valdivia debe tener razones más que plausibles; sin embargo, la composición de la zona de volantes no contempla la función primordial que tuvo el mediocampista en campañas para nada lejanas o que pudiera asumir algún sustituto.
A Pizzi hay que esperarlo un poco, pero él también debe apurarse. Bolivia y Panamá, por muy respetables que parezcan, no son rivales de mayor cuantía ni estarán compitiendo a muerte por un cupo para Rusia. Ya que decidió llevar a Estados Unidos a lo mejor que puede dirigir, descartando alguna posibilidad de examinar piezas de recambio en una estructura sólida que igual presenta síntomas de añejamiento, el seleccionador está obligado en esta Copa América a mostrar progresos y a asentar un estilo que lo haga tener una identidad. Llegar a cuartos de final es lo básico, y no alcanzar semifinales será un retroceso, muy cercano al fracaso o al comienzo de una cuesta muy pronunciada.