Hay muchas virtudes que, además de acercarnos al bien, nos hacen más sanos.
Por ejemplo, cuando nos dicen a propósito de la generosidad que es importante que nos pongamos en el lugar del otro, nos están enseñando una verdad psíquica fundamental.
Si describimos la neurosis, no podemos saltarnos la rigidez como parte de los síntomas. La mirada de sí mismo y del mundo se torna una e inamovible. El dolor produce a veces el mismo efecto, no podemos mirar más allá de la propia herida. Entonces, paradojalmente, los demás creen que, porque sufrimos entendemos mejor a los que sufren, pero no siempre es así. Al menos no lo es cuando la herida está aún abierta.
Si pudiéramos sentarnos en otro lugar y mirar desde otro punto de vista, nos sanaríamos más pronto y además sufriríamos menos. Por ejemplo, alguien traiciona nuestra confianza. La pena y la rabia y a veces el miedo se mezclan al punto que no podemos sino sentir la herida propia. El ejercicio de ampliar la mirada y tratar de mirar y ver a quien nos traicionó, imaginar porqué lo hizo, qué le paso, que no vio de mi posible dolor ante la traición, en qué pude yo colaborar a que no viera la importancia de no causarme ese dolor, solo nos alivia a nosotros. No al villano. A nosotros.
Sabemos que las personas son complejas, y actuamos y sentimos como si no lo fueran. Queremos personajes impecables, a pesar de que no existen. Sentimos que nosotros jamás cometeríamos una falta semejante cuando tal vez lo hemos hecho alguna vez. Enfrentarnos a la humanidad del otro nos hace también más humanos.
Porque la definición del hombre es la de un sujeto complejo, contradictorio, pecador dirían otros. ¿Por qué no asumimos que así somos y desde ahí miramos al otro? ¿Por qué hay un extraño pseudo-consuelo en juzgar brutalmente a quien nos dañó, para que la rabia predomine sobre el dolor? Es más fácil sentir rabia porque es activa y moviliza. El dolor nos bota, nos deja sin fuerzas, nos hace sentir el futuro como una amenaza.
El problema es que a la rabia sigue el dolor, inevitablemente. Cerrar una herida requiere el duelo y no se hace duelo en la rabia sino en la pena.
Entonces, ponernos en el lugar del otro es una manera sana de enfrentar el dolor desde la humanidad misma. Después vendrá el perdón, o no. Esa ya es otra historia.