"Los castores" es una de esas películas que uno nunca se arrepiente de haber visto, porque combina grandes dosis de encanto y desafío. Todo comienza con las 25 parejas de castores que se trajeron desde Canadá en 1946, para depositarse en Tierra del Fuego con la idea de desarrollar el cultivo de pieles. El proyecto no resultó, los castores fueron liberados y, al vivir en un ambiente sin depredadores, se desató una gran tragedia ecológica. La cinta, sin embargo, no se centra en los roedores sino en una pareja de biólogos chilenos, Derek Corcoran y Giorgia Graells, que recorren Tierra del Fuego buscando castores, estudiándolos y exterminándolos. Son una pareja joven, cariñosa, que anda en una camioneta vieja y arrastra una pequeña casa rodante. Los vemos caminar, buscar castores, cazarlos y cocinarlos, pero también tocar música frente a una fogata y conversar con hacendados, gauchos, gente de la zona. Derek intercambia con facilidad su guitarrita por un rifle de mira telescópica y, entre una cosa y otra, se ven como una pareja que está donde quiere estar y, en esa medida, parecen felices. ¿Felices matando castores? Ahí es donde la cinta plantea cierto desafío.
Dirigida por Nicolás Molina y Antonio Luco, "Los castores" tiene la astucia de evitar ser didáctica o instructiva. No pretende que uno aprenda todo sobre estos roedores, sino que entrega la información a cuentagotas, como un misterio que se va revelando poco a poco. Saber administrar este misterio es buena parte de su acierto. Pero finalmente la cinta entrega lo básico -y terrible- de la situación. Entre otras cosas, los castores construyen represas para vivir, estas inundan hectáreas de bosque nativo, los árboles mueren con sus raíces ahogadas y aunque la represa después se destruya, nunca más vuelve a crecer el mismo bosque. En lo que llevan en Chile, los castores, de acuerdo a la cinta, han destruido más de 50 mil hectáreas de bosque nativo, muchísimo más que el reciente incendio de Torres del Paine o muchísimo más de lo que hubieran inundado, de haberse hecho, las represas de HidroAysén. Sin embargo, en lugar de que existan campañas contra los castores, juntas de firmas ciudadanas o llamados a donar, nadie hace nada. Ni el Estado de Chile, ni la sociedad civil parecen haber tomado el problema en sus manos. Derek y Giorgia aparentan ser los únicos preocupados del tema o los únicos haciendo algo concreto.
Es cierto que la cinta debería haber transparentado cómo financian su viaje, cuál es el objetivo de la investigación que llevan adelante, por cuánto tiempo estarán -o estuvieron- dedicados a su viaje, si están o no efectivamente solos en esta cruzada. Con todo, la cinta no se equivoca al plantear los desafíos al sentido común, o incluso de tipo moral, que hay detrás de sus acciones. Ellos deben exterminar lo que la naturaleza no hace. Deben matar castores, y entre más lo hagan, mejor para el ecosistema. Esto, por cierto, es más fácil decirlo que hacerlo. No solo porque los castores son animales nocturnos, difíciles de pillar, sino porque el acto mismo de quitarles la vida no es trivial. Derek y Giorgia ponen guachis alrededor de sus madrigueras, persiguen a castores con rifles, les disparan a quemarropa y los diseccionan después (antes de comérselos). Hay su violencia en esto. Para llevarla adelante, el convencimiento de que se está haciendo lo correcto y lo necesario debe ser muy nítido. De hecho, esa certeza está en el centro de la actitud calmada y feliz con que Derek y Giorgia llevan adelante su vida, y por transición, se transmite a la película. Así, "Los castores", en última instancia, habla de que lo correcto no es siempre lo más evidente, lo más "obvio". Hacer lo correcto puede ser también difícil, duro y, peor aún, violento.
Los castores
Documental dirigido por Nicolás Molina y Antonio Luco.
Con Giorgia Graells y Derek Corcoran.
Chile, 2015.
66 minutos.
Detalles de las funciones en www.miradoc.cl