La ensayista estadounidense Rebecca Solnit aborda, desde una multiplicidad de perspectivas, el hecho de caminar. Uno de los muchos temas que salen a la luz es el del bipedismo: cómo llegaron a él nuestros antepasados y cómo se inscribe en la historia evolutiva. Ahí Solnit ya muestra una de las vetas más poderosas del libro, la reflexión inscrita en el contexto político y social de nuestro tiempo. Hay teorías para explicar el bipedismo tan conservadoras y misóginas (es decir, que revelan mucho más sobre quien las formula que sobre el hecho que investigan) que llegan a parecer graciosas. Solnit busca la historia del caminar -del
Wanderlust, especialmente, el caminar por placer- en diversas disciplinas y áreas. Algunos de los mejores capítulos son el que revisa cómo el caminar por la naturaleza salvaje es una vocación y herencia del romanticismo inglés, con Woodswroth a la cabeza; el dedicado al montañismo, y al caminar urbano en ciudades como San Francisco, Nueva York y París.
Una de las líneas fuertes del libro muestra cómo la estructura urbana y el orden social se relacionan íntimamente con el caminar. En Inglaterra, por ejemplo, los nobles y poderosos vienen cercenando los derechos de paso desde hace mil años; desde hace 150, movimientos de senderistas han reivindicado esos derechos y han logrado importantes cambios. En Estados Unidos, la concentración urbana de San Francisco y Nueva York las hace especialmente aptas para recorrerlas a pie; en cambio, el modelo de ciudad que se organiza en suburbios y privilegia el automóvil reduce enormente las posibilidades del caminar como encuentro orbano y construcción de sociabilidad. Caminar -dice una amiga de Solnit al comienzo del libro- es dejar que el cuerpo que tienes te lleve donde quieres ir. Ese acto de libertad ha tenido distintos grados de subversión. Aún hoy, en ciudades europeas el caminar es un acto imprescindible, una tradición familiar, una manera de mirarse; y, desde muchos lugares, la práctica del senderismo -que millones de ingleses realizan todos los fines de semana- es tanto un ejercicio de conocimiento y contacto con la naturaleza, como también un vehículo para defender la ciudad y la propia naturaleza de la degradación que impone el privilegiar los autos. Solnit, en más de un sentido, es profundamente subversiva, porque muestra la cara más humana de una actividad estrechamente ligada a nuestra identidad como especie. Y el mundo en que vivimos no se corresponde con ella. De ahí la fuerza y provocación de su bien escrito libro.
Rebecca Solnit.
Hueders,
Santiago, 2015.
482 páginas.