Del excelente estado de salud del que goza actualmente el cine alemán nos cuesta enterarnos. Pero aún entre la apabullante presencia de Hollywood, más de algo se ha asomado por carteleras chilenas: como la extraordinaria "Ave Fénix", de Christian Petzold; o "Laberinto de mentiras", una historia sólida y bien narrada, que, como fue enviada al Oscar como representante de Alemania (aunque no quedase entre las nominadas), se abrió paso con más facilidad en las salas del mundo.
El Festival de Cine Europeo que se desarrolla en estos días nos regala ahora la posibilidad de ver una obra prodigiosa y única, "Victoria" (2015), cuarto largometraje de Sebastian Schipper (que como actor tuvo una breve participación en otro inolvidable filme alemán, "Corre, Lola, corre").
Oso de Plata a la Contribución Artística en el Festival de Berlín, "Victoria" fue también la sensación en los Oscar germanos, conocidos como Lola Awards.
Filmada en tiempo real, sin elipsis ni montajes, en un solo gran plano secuencia -de manera simple, con una cámara pequeña, sin la parafernalia ni los trucos de González Iñárritu en "Birdman"-, Schipper sigue los pasos de una chica española durante las dos horas antes de que amanezca en Berlín. (Como lo que hiciera Sokurov en "El arca rusa", pero a escala mucho más pequeña).
Los actores rodaron dos ensayos en los barrios de Kreuzberg y Mitte. La tercera toma fue la película.
Victoria (Laia Costa) baila sola en una discoteca al ritmo machacón del techno. Cuando decide marcharse -a las 7 A.M. debe abrir el café donde trabaja- se encuentra con cuatro sujetos con quienes cruza algunas palabras.
Tras ello, el grupo decide continuar vagando por lo que queda de la noche, sin plan ni rumbo fijo, subiendo azoteas, caminando, conversando naderías sin mucho sentido. Ella solo habla inglés y así más o menos se entiende con sus nuevos amigos.
Sonne (Frederick Lau, "La ola") decide acompañarla a abrir el café -ya es tarde como para ir a su casa y regresar-; los otros se van pero muy pronto regresan, agitados por algo que Victoria no entiende.
En ese punto de giro, el relato avanza hacia derroteros más oscuros, desembocando en un
thriller tan sinsentido como todo lo que concierne a estos personajes.
La cámara no deja a Victoria y ella, como esas flores sin raíces, va donde el viento y las circunstancias la llevan, sin pensar, ni menos medir consecuencias, siguiendo impulsos sin motivación clara, con una candidez que aflora a partir de su profunda soledad.
De Victoria sabemos poco, como que no tiene redes de ninguna índole en esa ciudad (a la que llegó quién sabe por qué), y en una escena conmovedora y asombrosa nos enteramos de que estudió largo tiempo en el Conservatorio: se sienta al piano de la cafetería y toca para Sonne uno de los valses de Mefisto, de Liszt.
De allí se interna en el submundo de Sonne y sus amigos, unos delincuentes chapuceros y de poca monta, sin que nadie la obligue y nada la alerte de en lo que se está inmiscuyendo.
Y allí está la cámara entrando y saliendo de todas partes, un auto, un garaje, un ascensor; subiendo y bajando escaleras.
La angustia y la adrenalina se sienten fuerte y van en aumento a medida que aclara en la ciudad.
El espectador -que partió presenciando un fin de fiesta apagado y anodino- termina sacudido, estremecido, perplejo.
¡Imperdible!
18º Festival de Cine Europeo.
Hoy, 19 hrs., Cineteca Nacional.
Jueves 2 de junio, 17 hrs., Centro de Estudios Avanzados de la UCV en Santiago,
Antonio Bellet 314.