Corría mayo de 1962, Chile se preparaba para ser sede del Mundial del Fútbol y Jorge Alessandri era el primer Presidente de Chile en protagonizar una cuenta pública en televisión. Entonces, eran pocos -y notables- los chilenos que tenían aparatos receptores en su casa y, aunque no había medición de audiencia, es imaginable que el rating de ese mensaje fue de 100 por ciento. El interés era total. Ahora, en 2016, cuando casi no queda hogar sin un aparato receptor, el interés por la cuenta pública presidencial ya no es igual.
Todos los canales de TV abierta ayer se embarcaron en la transmisión de un nuevo mensaje presidencial. Se trasladaron hasta la sede del Congreso en Valparaíso con sus profesionales de prensa a cubrir el discurso de la Presidenta Bachelet para disputar una audiencia esquiva, una que en el caso de la señal más vista, Mega, apenas llegó a los 6 puntos de rating . Ninguno de los otros alcanzó los 5 puntos de atención.
El descrédito de las instituciones, encarnado en esta ocasión por el desinterés en el balance de la primera autoridad, no solo quedó reflejado en los resultados de audiencia. También en el contenido de la señal oficial de gobierno que transmitió lo que sucedió al interior del Congreso pleno ayer.
Por más que los canales se esforzaron en las horas previas al inicio del discurso en marcar sus diferencias, todo quedó sepultado por la ininterrumpida -y alienante- transmisión gubernamental. Canal 13 quiso hacer gala de un set en terreno hasta el que llegaban entrevistados como los presidentes de partido Hernán Larraín (UDI) y Carolina Goic (DC); Mega puso en estudio a su mujer ancla a moderar los comentarios de los dos parciales: Francisco Vidal y Joaquín Lavín; CHV mandó a las escalinatas del Congreso a su conductor principal para buscar enfrentamientos de ideas previos, como si lo que se esperara fuera un match pugilístico; y TVN, quizás cazado en su rol de canal público, entregó en el mismo lugar de acceso sus micrófonos a varias autoridades, de diversas sensibilidades, sin demasiada intencionalidad.
Sin embargo, en la casi hora y media de alocución presidencial que siguió, todos los canales se vieron entregados a una esquemática transmisión que abusó de tomas aéreas al interior de la sala plenaria, que utilizó la división de la pantalla en dúplex para mostrar una especie de Power Point con fotografías de ciudadanos anónimos que reforzaban el mensaje de Bachelet y que, programadamente, dirigió sus cámaras a los ministros de las carteras aludidas en el mensaje. También fueron notorios al menos cuatro largos "pinchazos" directos al lugar donde estaba el senador Girardi (PPD), quien parecía mirar directo a cámara cada vez que se le enfocó.
Quien se quedó solo con la transmisión que ofrecía esa señal oficial difícilmente entendió lo que pasó apenas esta se acabó. Bastó que los canales recuperaran sus emisiones autónomas para que aparecieran en pantalla nubes de humo y sonidos de sirenas, mensajes que hablaban de graves disturbios y atentados incendiarios, e imágenes de bomberos que infructuosamente trataban de reanimar a un trabajador asfixiado que terminaría convertido en víctima fatal.
Cómo y por qué el guardia municipal Eduardo Lara llegó a morir en medio de un incendio causado por el atentado a una cadena de farmacias es algo que la televisión en vivo no cubrió con la misma diligencia que el esquemático acto político anual. Mientras por una hora y media los canales de TV comprometían sus señales con Power Points oficialistas, apenas a metros de ese lugar un hombre agonizaba porque un encapuchado descolgado de una marcha motivada por el descontento decidía quemar a punta de bombas molotov un símbolo de colusión empresarial.
Esas dos realidades disociadas, irreconciliables y alienadas una de la otra fueron la parte más reveladora -y conmovedora- del Mensaje Presidencial.