Hace 30 años enfrentaban las cámaras pidiendo ayuda; hace 20, la televisión los invitaba a los estudios como personajes populares; hace 10 eran protagonistas de programas de telerrealidad, y hoy quieren reescribir la historia. La presencia de las audiencias más desposeídas en TV ha cambiado, como ha cambiado el país. El empoderamiento del ciudadano frente a las instituciones ha vivido una evolución evidente y, siendo una de ellas, la televisión no puede estar ajena a esa realidad.
Lo sucedido esta semana con Karen Doggenweiler y su torpe reacción frente a una mujer chilota que, desesperadamente, daba a conocer su anhelo de que su propio hijo llegara a la presidencia del país para remover a Bachelet, es una clara demostración de cómo siente, piensa y se proyecta hoy la audiencia a través de los medios de comunicación. En su intervención no había calumnia ni injuria ni insulto, solo desesperación.
Los medios -el más poderoso de ellos sigue siendo la TV- ya no son un puente asistencialista. Con la llegada de las redes sociales y la cada vez más transparentada corrupción institucional, los medios son cada vez más un canal de expresión organizado del descontento. Y en el caso de la televisión, eso es evidente en el área de la entretención.
Lo que Yerko Puchento viene haciendo por años, lo que Kramer disfraza de imitación y lo que reventó en las rutinas de humor del Festival de Viña del Mar son los síntomas más aceptados de lo que sucede cada vez que un móvil de matinal de TV se traslada a cubrir un conflicto social. La diferencia es que lo primero es un show declarado y lo otro es la realidad. Pero aunque cambie el formato, el contenido es igual.
No tener claro eso es una falta de visión tan impresionante, como no hacerse cargo de que se tiene como mujer ancla de un matinal de cobertura nacional a una periodista políticamente comprometida.
No puede alegarse ingenuidad al enviar a la zona de conflicto a Karen Doggenweiler, sabiendo que ella está casada con un aspirante a la presidencia y que, probablemente, recorrió la zona amagada en campañas políticas previas o al menos -según se ha cuestionado- la sobrevoló a bordo de un avión de gran confort.
TVN fue aventurado al enviar a Doggenweiler a cubrir una tragedia social y ambiental donde el descontento se dirige hacia la autoridad. Y ella mostró una tremenda falta de sentido de realidad al esperar que el diálogo con su entrevistada se mantuviera solo en la esfera paternalista de la emocionalidad. De otra forma, no se explica el torpe tapaboca que se volvió viral.
Las audiencias han cambiado y, para acompañarlas, justamente, hacen falta directivos, periodistas y conductores lo menos comprometidos posible con la actual carrera política y crisis institucional.