Piazzolla y Schoenberg estuvieron presentes el viernes en el Teatro Municipal de Ñuñoa. Los intérpretes fueron la Orquesta de Cámara de Chile, dirigida por Alejandra Urrutia, y la violinista argentina Lucía Luque.
De Piazzolla se oyó la obra "Cuatro estaciones porteñas", en una versión para violín solista y orquesta de cuerdas. Las cuatro piezas no fueron concebidas como una propuesta unitaria, sino que vieron la luz en años distintos. La obra es fiel prototipo del lenguaje de Piazzolla: ritmos energéticos, acentos desplazados, cambios métricos, "ruidos" en las cuerdas (detrás del
ponticello), interludios melódicos plenos de melancolía tanguera. Y en esta composición, citas textuales de "Las Estaciones", de Vivaldi.
Piazzolla en algún momento declaró: "Mi música es una música de cámara popular que viene del tango". Esta opción del compositor por fusionar la tradición tanguera con los recursos "cultos" de la armonía y el contrapunto (trabajados con la mítica Nadia Boulanger en París), muchos no se lo perdonaron, particularmente la vieja guardia, a lo que el compositor retrucó: "El tango ya no existe. Existió hace muchos años atrás, hasta el 55, cuando Buenos Aires era una ciudad en que se respiraba un perfume de tango en el aire. Pero hoy, no. Hoy se respira más perfume de rock o de punk". "Sí, es cierto, soy un enemigo del tango; pero del tango como ellos lo entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires...".
Lucía Luque, intérprete ideal de la obra, realizó una versión excepcional. Su técnica es prodigiosa y, de acuerdo a la composición, derrochó arrojo y lirismo, en ocasiones secundada impecablemente por los solos de Patricio Barría (cello) y Hernán Muñoz e Isidro Rodríguez (violines). La versión no dio respiro y la excelente violinista agregó, fuera de programa, la obra "Escualo", del mismo Piazzolla, ocasionando el delirio de la audiencia.
La "Noche transfigurada", de Schoenberg, es de 1899. Por la fecha de su composición y por su lenguaje ultracromático, está en un límite, cronológico y poswagneriano. La referencia a un poema de Dehmel, que habla de culpa, confesión y perdón, la convierte en un poema sinfónico de cámara (valga la contradicción) y los diferentes estados de ánimo se ven claramente reflejados. Por ello, la obra es un
continuum de permanentes fluctuaciones de tempo y carácter, de realización muy compleja que, en manos de Alejandra Urrutia, fluyó en forma natural, con momentos sublimes (¿la mano femenina?), logrando una muy hermosa versión.
Un atractivo concierto, con dos grandes damas protagonistas.