Antes de oficializar la publicación de "A moon shaped pool", su noveno trabajo discográfico, Radiohead eliminó todo rastro de sus redes sociales y dejó en blanco su página web. Como forzando la amnesia, sin hitos en su línea de tiempo de Facebook, obligó a preguntarse ¿qué hizo hasta ahora los de Oxford? ¿Cuáles fueron esos momentos que desaparecieron solo con un comando llamado 'suprimir'?
Para un conjunto que ha hecho de la alienación y la lucha psicológica que libra el existencialismo parte de sus relatos mejor representados, esas dudas son la conexión entre el alma y su cerebro. La mecánica que les permite seguir siendo humanos y validarse como tal. Una batalla contra los falsos ídolos que toma un carácter inquisidor en "Burn the witch", el primer single del álbum, con un video en stop-motion que homenajea a la película "El culto siniestro" (1973) y con una canción donde el grupo enfrenta una intranquila orquesta de cuerdas, a cada momento más vehemente, con las atmósferas creadas por las máquinas, musicalizando la desesperación del fanatismo. "Abandonen toda razón, quemen a la bruja, sabemos dónde vives", canta un sereno Thom Yorke, como convencido por el paganismo.
Ese sonido cinematográfico que continúa con "Daydreaming", el segundo sencillo del disco, que aprieta el pecho por su carácter caótico, como un drama psicológico que independiente de los esfuerzos nunca tendrá respuesta -con el prodigio Paul Thomas Anderson en la dirección del video-. En un relato que también se repite en "Decks dark", con un grupo de voces corales de tono celestial que se contraponen al "nosotros nunca, nunca lo sabremos. Es demasiado oscuro", recitado por su vocalista.
Y que tiene otro pasaje estelar en "Glass eyes", un tema sacado de un desenlace fatal, tan penetrante como si la orquesta de cámara que protagoniza los casi tres minutos de la obra estuviese presente, haciéndole sombra a sus protagonistas. Porque el disco juega en todo momento con esas tonalidades que presenta su título que en español se traduce como "Una piscina en forma de luna": las penumbras de las profundidades del agua abrazadas por la noche, pero iluminadas a la vez por las estrellas.
"Desert island risk" podría ser una llamada de ayuda para recorrer el camino correcto o hablar de la muerte, donde se repiten términos como que esa vía es "nacida de una luz" o que se transita "con mi blanco espíritu totalmente vivo y mi luz espiritual".
Y en esa inventiva se encuentra la coherencia de una placa que musicalmente pasa desde el dub en "Ful stop" e "Identikit" -cortesía de Jonny Greenwood-; a un bossa nova in crescendo de una sola noche en "Present tense", con el líder de la banda provisto de guitarra acústica intentando abstraerse de la realidad al son de "este baile es un arma de autodestrucción contra el presente, el tiempo presente".
Así, los titanes del rock alternativo muestran su mejor versión en "The numbers". Una canción donde confluyen todas las partes que hacen de "A moon shaped pool" un todo: los coros que se diluyen al sonido de los violines, la percusión inquieta de influencias afroamericanas y una banda que emula la ansiedad provocada por Led Zeppelin antes de la explosión prevista en sus clásicos.
Con eso, Radiohead responde las interrogantes. Porque, sobre todo, los hombres de "True love waits" han llevado el rótulo de vanguardistas desde sus primeros años y continúan dándole un carácter innovador al rock. Thom Yorke, Jonny Greenwood y compañía, en "A moon shaped pool", siguen su búsqueda, pero enfocada en un sonido que añade una mirada hacia el pasado y su representación más primitiva. Después de tres décadas previendo el futuro, hoy miran las estrellas y la nostalgia de la luna.