Son 100 minutos de carcajadas
non stop.
"Mi gran noche" es una de las más graciosas de las siempre desmesuradas, excesivas y esperpénticas comedias de Alex de la Iglesia ("Crimen Ferpecto", sic).
Una sucesión de gags a ritmo frenético en un escenario caótico y tan real como absurdo: un canal de TV en Madrid está grabando en sus estudios el programa de "Noche Vieja" (como llaman en España al Año Nuevo).
Cuentan con varios cuerpos de baile, una cantidad inverosímil de "figurantes" (extras) sentados en unas mesas con comida y bebidas de utilería (no, no es que la champaña fue reemplazada por una bebida, es que es ¡una jalea amarilla tiesa!), atentos a la orden de aplaudir, reír, mostrarse gozosos y felices; dos megaestrellas y sus representantes; muchos productores, camarógrafos, asistentes y una pareja de animadores que se lleva como el perro y el gato.
Estamos en octubre (bueno, ya sabemos, esto se hace por adelantado) y la
troupe lleva casi dos semanas encerrada allí para armar el pomposo programa, con coreografías bien setenteras, un escenario lleno de brillos y el número 2016 inmenso, presidiendo.
Afuera del enorme galpón-estudio, en el "camión" de
switch, dos directoras dan las instrucciones.
Y allí mismo, en la calle, se desarrolla una guerra campal entre la policía y manifestantes -cada vez más furiosos-, que protestan por los despidos que está haciendo el canal en cuestión.
Adentro, las peleas entre los animadores son lo de menos.
Lo peor es Alphonso (Raphael), un divo narciso nivel Dios, egótico, de sonrisa radiante y encantador frente a sus fans; y un déspota malvado y sádico con todos los demás, especialmente con su hijo representante, a quien se solaza en maltratar. Su camarín parece una impoluta y blanca nave espacial y él, un Darth Vader de la farándula.
El otro cantante es una estrella juvenil -de esas que inventa Disney o surgen de programas de concurso-, Adanne (Mario Casas), cuyo representante argentino vive presa de la histeria espantando
groupies (con no poca razón).
No han pasado cinco minutos cuando la torpeza de quien maneja la cámara grúa deja fuera de combate a un figurante. De urgencia llaman a otro, José. Pero los de la mesa saben que Paloma (Blanca Suárez) es "yeta". En realidad, es cosa de escuchar sus historias.
Aunque cada personaje es una delicia (¡qué gran
casting!), Raphael, sí, el cantante, es una ¡revelación!: su autoparodia no solo es hilarante, sino que actuando de Alphonse es capaz de alternar el histrionismo seductor que le conocemos en el escenario, con el espeluznante lado psicópata de su personaje de manera muy convincente y con gran aplomo.
Hasta Adanne es víctima de sus descaradas maniobras para despejarse el camino.
El guión (De la Iglesia junto a su colaborador habitual, Jorge Guerricaechevarría) no tiene desperdicio. Cada línea es para reírse a carcajadas.
La mordacidad de "Mi gran noche" no se queda en la crítica a la TV basura, anticuada, esa en que los lujos, las risas y la alegría son falsos y libreteados. Su humor ácido y corrosivo evidencia estas realidades contrastantes entre los pocos privilegiados -del
showbizz o de donde sea- que seguirán frenéticamente ocupados en retener su poder; los figurantes que aspiran a unos pesos por estar ahí disfrazados de elegantes y sonrientes, y los furiosos manifestantes a quienes nadie toma en cuenta (excepto la policía).
Todos desconectados unos de otros.
La furia en la calle crece y se desmadra y adentro siguen la gala, los brillos, los bailes. Alphonse exige salir a escena a la hora de mayor sintonía y cambia a capricho el tema escogido. Adanne -una mezcla de Chayanne, Ricky Martin y David Bisbal- canta y baila "Bombero" ("Torero").
Una trama policial se ha ido armando en medio de esta alocada representación a escala del mundo actual, y en una secuencia delirante (¿cuál no lo es?) suena de fondo una música tipo "Agente de C.I.P.O.L.".
Un grotesco sin fin. ¿Y el desastre? No importa: después lo editamos, dice la directora.
(En cartelera).