A la Presidenta Rousseff la acusan de bicicletear -pedalear, según los brasileños- el gasto público. Usaba el sistema financiero estatal para ocultar el déficit fiscal. Su Constitución lo impide.
El ciclismo de la Presidenta la perdió. Diaria y pomposamente pedaleaba en los jardines del Palacio Alvorada para mantenerse en forma. Se entusiasmó y aplicó la misma fórmula a las finanzas públicas. Como si ella pudiera hacer lo mismo con el presupuesto del Estado. Como Luis XIV, que afirmaba sin límites "El Estado soy yo".
No corresponde lamentar la caída de la Presidenta de su bicicleta. Tampoco la nostálgica declaración oficial sobre la amistad con Dilma.
Previsible es el apoyo que le brindan en su ocaso Evo, Maduro y los Castro. Cada vez más solos y debilitados, han perdido a otra aliada. Cristina Kirchner ya no cuenta.
Discreta es la posición de Macri, del Perú, México y demás democracias latinoamericanas que omiten menciones a la amistad con la gobernanta, que no viene al caso.
"Los países no tienen amigos, tienen intereses", es una máxima dura y realista de la diplomacia. A todos conviene que Brasil retorne pronto al crecimiento y a la normalidad democrática. Con Dilma y su Partido de los Trabajadores (PT) no sucedería.
Tampoco cabe cuestionar a las instituciones brasileñas como lo han hecho los comunistas, los socialistas y otros grupos de izquierda chilena. Es arrogante y no hay que quedarse en el pasado. Ya se sabe que el nuevo gobierno brasileño no volverá a subordinar la diplomacia a los fines del partido gobernante. Antes están los intereses superiores de los Estados.
Menos procedente es la crítica y la nostalgia cuando se guarda silencio sobre Venezuela. Maduro se mantiene en el poder impidiendo que funcionen las instituciones: recurre a su control sobre el Poder Judicial, que en Brasil se ha demostrado independiente.
La izquierda, en vez de condenar la salida de Rousseff, debería aprender la lección. Su principal referente internacional, el PT, con razón ha perdido el poder. Al margen de la corrupción, fracasó por el populismo que deja de lado el crecimiento, la iniciativa privada y el correcto manejo de las finanzas públicas. Así se destruyeron las legítimas oportunidades de bienestar de más de doscientos millones de brasileños.
Por sobre la soberbia y el fraude contable está la ineptitud de Rousseff que deja a su país en caída libre.
Hay que tener confianza en la capacidad de Brasil para sortear sus crisis. Destituido Collor de Mello, luego, bajo la conducción económica y la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, prontamente se estabilizó la economía y se sentaron los pilares de un largo período de crecimiento, que Dilma termina por destruir. Con razón cuenta con menos del 8% de aceptación ciudadana y está sometida a juicio político.
A todos conviene que Brasil retorne pronto al crecimiento y a la normalidad democrática. Con Dilma y su Partido de los Trabajadores no sucedería.