Aunque el Gobierno de Michelle Bachelet se aferra a su proceso constituyente como tabla de salvación para lograr el favor de la mayoría de los chilenos, la verdad es que la política del futuro tendrá mucho más que ver con cómo sus protagonistas reaccionan frente a innovaciones que cambian la vida de las personas, tal como el fenómeno Uber, que con sus posiciones frente a una nueva Constitución.
Hay mucho interés de algunos en presentar como clave de la política chilena de hoy un quiebre generacional entre aquellos que apoyan el proceso constituyente y quienes, en cambio, se oponen a él porque les significaría una pérdida de poder.
Creo que sí hay un quiebre generacional en Chile y también que este está relacionado con la forma en que los ciudadanos comunes y corrientes pueden tomar sus decisiones, arrebatando cuotas de poder a políticos, empresas y otros grupos dominantes en la sociedad.
Pero creo también que mucho más importante para la vida de las personas será la forma como los gobiernos y políticos reaccionan frente a innovaciones que empoderan a la ciudadanía y les mejoran su calidad de vida, que las promesas de un futuro mejor cimentadas en nuevos derechos sociales o inciertas formas de participación en las decisiones políticas.
El Gobierno y la oposición están muy lejos de comprender este fenómeno. Las reacciones del ministro de Transportes a las protestas de los taxistas contra Uber, tratando de poner obstáculos y calificando de piratas e ilegales a los conductores asociados a ese sistema nos dan cuenta de su poca comprensión de lo que está en juego.
Pero en la oposición no lo hacen mucho mejor si un senador pide retirar del acta de la Comisión de Transportes la palabra "cartel" para referirse a los taxis, término que es el que técnicamente corresponde, o si otro afirma que, "no porque llega una aplicación de otro país que ofrece mejor servicio se cambia y se deja a todos botados".
Solo es explicable por falta de liderazgo y visión de futuro que tan pocos políticos, especialmente en la centroderecha, estén preocupados del desastre de Transantiago y pensando en políticas para mejorar el transporte público, uno de los dos temas que más preocupan a la población en nuestra capital.
El transporte es un ejemplo, pero hay muchos más. Los chilenos no tolerarían que se prohíba WhatsApp porque está perjudicando a las compañías telefónicas al transformarse en la forma más utilizada para comunicaciones personales, o que se pongan obstáculos a Amazon y Alibaba porque les quitan ventas a las cadenas de retail , o que se interfiera la señal de Netflix porque amenaza a los canales de la televisión abierta y de cable, o que el lobby de los sellos discográficos pudiera detener a Spotify.
Bueno, esas son las decisiones que quieren tomar los chilenos y los políticos que no lo entiendan y se transformen en obstáculos, más que en facilitadores de todas estas iniciativas de negocio, que se basan en la colaboración entre usuarios y que les mejoran radicalmente la calidad de vida a las personas, no contarán con sus votos.
Porque, en definitiva, es muy importante para las personas cómo se trasladan de un lugar a otro, cómo se comunican con sus familiares y amigos, cómo se entretienen y se informan y por supuesto, también cómo se educan y tratan sus problemas de salud.
Se trata, a fin de cuentas, de responder a la vieja pregunta de la política: ¿Cómo debemos vivir?
Los chilenos no mejorarán su vida entregando más poder al Estado y a los políticos, que es lo que proponen muchos de los cambios que se quieren hacer a la Constitución desde la Nueva Mayoría.
La política también requiere innovación y liderazgo. Mientras los dirigentes y parlamentarios de nuestro país se aferren a los viejos paradigmas y continúen protegiendo a grupos de interés tradicionales, no serán capaces de visualizar el enorme potencial que tiene para su actividad tomar la bandera de defensa del interés general; después de todo, el
leitmotiv de la política, se supone.