Casos de sobornos, tráfico de influencias, desvíos de dinero, y eventual juicio político en Brasil; acusaciones de enriquecimiento ilícito y lavado de dinero en Argentina, y una pobre gestión salpicada con escándalos familiares en Chile han hecho saltar críticas de que las mujeres en el poder no han estado a la altura de los desafíos. Luego de los aplausos porque tres presidentas reinaban en América Latina, hoy la imagen femenina en la política está por el suelo.
Puede que Dilma Rousseff sea inocente, no lo sabremos hasta que terminen los juicios en Brasil, pero lo cierto es que el impeachment tiene asidero constitucional —no es un golpe de Estado como dice el gobierno—, y el caso Petrobras ensombrece toda su Presidencia. Es verdad, ella no está acusada directamente en ese caso, pero era la presidenta del directorio cuando comenzó el billonario desfalco a la petrolera. Si no lo sabía, Dilma al menos es culpable de negligencia severa. Las dudas asaltan cuando aparecen pruebas de que los políticos ligados a la coalición de gobierno estaban metidos hasta el codo, y que recibieron enormes coimas de las empresas constructoras involucradas. Sí, Dilma no está acusada, pero ¿por qué nombró a Lula ministro en medio del escándalo, si no era para protegerlo y protegerse?
Hay que dejar a la justicia aclarar los delitos y al Senado decidir si Rousseff fue culpable de maquillar maliciosamente las cuentas públicas para mejorar su imagen antes de ser reelegida. Nada de eso, en todo caso, tiene que ver con que Dilma sea mujer; lo mismo hubiera pasado si un hombre gobernaba Brasil.
En Argentina, cada día aparecen nuevos detalles de la “ruta del dinero K”, en referencia a los delitos que están siendo investigados en el entorno de la ex Presidenta Fernández. Pero tampoco eso tiene que ver con que sea mujer. Los escándalos de corrupción se remontan a la era de Néstor Kirchner y Cristina fue apenas una seguidora fiel de su marido. Su estilo autoritario e impredecible tampoco es monopolio femenino. Lo mismo que en Brasil, esperaremos a la justicia para emitir un veredicto. Por ahora, Cristina queda como una pésima Presidenta, y con ella la imagen femenina perdió muchos puntos en el ranking de confiabilidad.
Pero ni Dilma Rousseff ni Cristina Kirchner ni Michelle Bachelet son las mejores exponentes de lo que las mujeres pueden hacer en un gobierno. Prefiero quedarme con Angela Merkel, una mujer fuerte que tiene un proyecto, que impone sus casi siempre acertados puntos de vista, sabe hacerse oír y respetar en un ámbito de hombres, tanto en Alemania, donde reina un machismo solapado, como en las altas cumbres internacionales, donde escasean las polleras. Merkel es lo más parecido que tenemos hoy a la memorable Margaret Thatcher.
Ahora, nos queda cruzar los dedos para que Hillary Clinton, si se cumplen los pronósticos, se parezca más a Merkel o Thatcher que a las otras presidentas, y nos salve a las mujeres de quedar estigmatizadas como pésimas líderes políticas.