Respondo atrasado un cuestionario que me mandaron de este mismo diario. ¿Por qué nos debe importar la coincidente muerte de Shakespeare y Cervantes hace 400 años? ¿Por qué debería importarnos su muerte si, sinceramente, nos importan realmente muy pocos sus vidas? ¿Qué sabemos de Cervantes y Shakespeare? Cervantes es el autor del Quijote y Shakespeare es el autor de Hamlet (o el Rey Lear o Macbeth u Otello ). No son más que eso, y se podría llegar a decir que son menos que eso. Su visión de mundo, sus costumbres, su filosofía vital, sus compromisos y militancia son menos importantes que sus libros. Tan banales que no pocos han llegado a pensar que Shakespeare es el nombre de una sociedad secreta de autores que usaron la firma del actor para esconderse mejor. Solo los valientes se aventuran a leer las otras novelas de Cervantes. No se necesita, por lo demás, leer el Quijote para saber quién es Don Quijote. Lo mismo pasa con Hamlet o Romeo y Julieta . El autor aquí importa menos que sus libros. Pero sus libros importan menos aún que los personajes que los animan.
En Cervantes y Shakespeare celebramos el poder soberano del personaje que se rebela rompiendo todas las cadenas hasta confundir sus nombres con los de las obras que se supone los cobijan, de tal modo en que no sabemos si Cervantes inventó a Don Quijote o si es Don Quijote el que inventa un Cervantes del que no quedaría nada sin él. En Cervantes y Shakespeare celebramos no la muerte del autor pero su suspensión a favor de esos personajes que justifican la existencia del libro o la obra con su simple nombre: Hamlet, Don Quijote, Otello, sin divina comedia, ni comedia humana, ni ilusiones perdidas, solo el nombre de alguien que no es el lector, ni nadie que conozca ni pueda conocer, y que sin embargo reclama misteriosamente tu atención, que pide tu amistad sin poder dar él otra cosa que frases, imágenes, una historia que le queda fatalmente pequeña, que olvidan para ocupar tu memoria en recordar una frase, una anécdota, un chiste de sus protagonistas o personajes secundarios.
Resulta comprensible para un hombre serio, leer mil páginas de un libro que se llama Guerra y Paz , que habla de eso, una guerra y una paz con héroes, batallas, terrores y amores. Es más raro ocupar el mismo tiempo en leer un libro que se llama Ana Karenina , que habla sobre una mujer sin registro civil ni fe de bautismo que no tiene más gracia y desgracia que ser ella misma. ¿Quién es ella? ¿Cómo es? Cada lector puede responder esa pregunta a su modo sin equivocarse del todo.
La idea de que la literatura tiene como función darles vida a nombres propios, crear seres tanto o más vivos que los que conocemos y tocamos es ciertamente extraña. Antes de Cervantes y Shakespeare solo quienes eran parte de la historia, mitológica o no, tenían ese derecho. Tengo la impresión de que hemos vuelto a esa racionalidad. Es difícil encontrar entre los escritores de hoy a uno que pase, como Dickens, de Oliver Twist a David Copperfield y a Nicholas Nickleby. Madame Bovary fue en ese sentido un crepúsculo que confundimos con un amanecer. Moby Dick lleva el nombre de una ballena. Los personajes llevan siglas en vez de apellidos. El narrador de Proust no tiene nombre y el personaje central es el tiempo que se va.
Nabokov tiene su Lolita y su Sebastian Knight y Ada o el ardor , pero solo Bellow, entre los escritores del siglo XX, se empeñó en que casi todos sus libros llevaran un nombre propio en el título: Herzog, Henderson, Augie March, Humbolt y Ravelstein. ¿Qué personajes de toda la literatura chilena terminan, como el Quijote, rebelándose contra sus propios autores? Recuerdo solo una novela chilena que tuvo el atrevimiento de poner un nombre propio como título, La Beatriz Ovalle , de Jorge Marchant. ¿Qué personaje es aquí más que sus novelas? ¿Rafael Restrepo en Sudor de Fuguet, que estoy terminando mientras escribo esto? ¿Las tías viejas de Donoso? ¿El mudito del Obsceno pájaro de la noche ? ¿Belano de Bolaño, que es demasiado Bolaño para respirar su propio aire? ¿Aniceto Hevia de Rojas, que es también demasiado Manuel Rojas para independizarse del todo de su creador? Como Pedro Lemebel, único personaje de Pedro Lemebel.
¿Y en Argentina, y en Perú, y en España? Úrsula Iguarán en Cien años de soledad , Cayo Bermúdez de Conversación en La Catedral , Larsen en Onetti. Generalmente en la novela en castellano los personajes no se salen de madre quizás porque los autores lo hacen por ellos. En nuestras escasas democracias, el autor acepta que los personajes tengan voz, pero no votos. No hemos salido aún de la alegoría donde los personajes representan ideas, o cosas, y no ellos mismos. Tengo a veces la impresión de que la literatura en español ha vivido para corregir el error de Miguel de Cervantes, ese pobre mercenario que terminó tragado por su personaje, sin dejar de su genio y talante más huellas que la que el manchego loco deja ver.