En Nada más que nostalgia , la reciente novela publicada por Jaime Riveros (Punta Arenas, 1946), un ex abogado que ha vivido una activa experiencia tanto pública como clandestina durante los años de la dictadura militar, se ha retirado a vivir en la soledad de una cabaña de la región de Concepción. Allí, a la vez que escribe un relato histórico sobre José Miguel Carrera, rememora morosamente el pasado mientras espera un posible reencuentro con la mujer que ha amado por la mayor parte de su vida. Nada más que nostalgia despierta, pues, la sensación de ser un texto de síntesis o quizás de epílogo donde su autor hace desembocar dos intereses literarios anteriores. El modelo de la situación narrativa que da origen al relato es muy similar al que Jaime Riveros utilizó en su primera novela: La espera , publicada en 1988, donde también un hombre solitario, desencantado del destino histórico de Chile, aguardaba la posibilidad de un reencuentro salvador con la mujer amada. La figura trágica de José Miguel Carrera es el segundo. Jaime Riveros obtuvo en el año 2011 una beca del Fondo del Libro y la Lectura para escribir la novela "José Miguel Carrera: itinerario de una tragedia", y posiblemente algunos fragmentos de ese texto que hasta donde yo sé no se ha publicado aún son los que se intercalan en el desarrollo argumental de Nada más que nostalgia . A tales intereses habría que añadir el propósito literario posmoderno para eliminar la distancia entre los referentes reales de la novela y la realidad imaginaria que surge a partir de ellos: al igual que el autor, el personaje central y principal narrador del relato se desempeñó como abogado defensor en los Consejos de Guerra que tuvieron lugar en Concepción después de 1973.
El texto de Nada más que nostalgia exhibe tres registros narrativos diferentes que corresponden a cada uno de los intereses reseñados más arriba. El principal y dominante es, por supuesto, el discurso rememorativo del pasado puesto en boca de los dos participantes del conflicto amoroso. Ambas voces se complementan y en conjunto entregan al destinatario una imagen total de lo que cada enunciante alude solo parcialmente. Las interrogantes, por ejemplo, que se insertan en el discurso masculino tienen respuesta en las palabras de la mujer, llamada Alejandra, sin duda como un homenaje a la protagonista de Sobre héroes y tumbas . Pero "la escritura, al igual que el amor, requiere cierto sello personal", afirma el hombre. Mientras el suyo es un discurso dolorosamente reflexivo, minucioso en su inquisición casi proustiana de recuerdos, pequeños detalles y alternativas que marcaron una relación sentimental bajo circunstancias históricas dolorosas y amenazantes, el de Alejandra apunta más hacia el ámbito personal, la intimidad, los íntimos desencuentros que los condujeron hacia un desenlace que, años después, todavía hiere el corazón de sus protagonistas. Este nivel discursivo pierde su morosidad cuando sus enunciantes rememoran los años que siguieron al golpe militar de 1973. Adquiere entonces un ritmo más rápido y urgente que pareciera reproducir las ansiedades, las angustias y miedos que muchas víctimas del régimen vivieron en aquellos días. Finalmente, los fragmentos intercalados de la novela sobre José Miguel Carrera desempeñan una función claramente homologadora y admonitoria: demuestran la similitud de los acontecimientos políticos de los años setenta con los hechos históricos del pasado. Los antiguos destinos se repiten y sus héroes trágicos se reencarnan en las figuras que el narrador considera como los nuevos adalides del presente.
"Cuando miro el pasado, veo huellas y signos que sin darnos cuenta íbamos dejando para después, como una atmósfera propicia para instalar presagios o desencanto", escribe el narrador principal de Nada más que nostalgia . Su novela es, pues, el resultado de una indagación que conduce al desengaño. Un texto escrito con un excelente lenguaje y una armadura narrativa impecable que propone a las experiencias privadas como el reverso de los grandes episodios de la historia.