El ascenso de Deportes Temuco a Primera División debe ser la mejor noticia que se haya registrado en el fútbol chileno en lo que va corrido de la temporada. En un año plagado de escandaletes miserables, con una tropa de ex dirigentes entre arrancados y desaparecidos como si se tratara de viles delincuentes, con otros tantos directivos que ahora como propietarios de clubes han evidenciado total ignorancia, mayúsculo descriterio y absoluta lejanía con el espíritu fundacional de las instituciones que compraron, y con un directorio de la ANFP que se ha dedicado principalmente a administrar la crisis que heredó de los farsantes que los precedieron, Temuco y Marcelo Salas parecen conformar un oasis en un territorio cada vez más desértico.
Se suele vincular la obtención de un título o la consecución de un ascenso al rendimiento excepcional de elegidas individualidades que se llevaron el peso de la campaña, o al talento de un entrenador que fue capaz de diseñar un modelo de juego acorde a las características de sus jugadores, o a la formación de un plantel granítico que matizó a la perfección experiencia con juventud y que se encontró en su momento competitivo justo. El caso de Deportes Temuco se sale de lo común porque el logro deportivo del club está asociado principalmente al trabajo directivo de Salas. El ex seleccionado chileno no solo dispuso del capital financiero o de la imagen exitosa de uno de los mejores futbolistas nacionales de la historia; Salas fue capaz de aportarle a su proyecto un fondo narrativo, un relato que mezclaba el sueño y el compromiso de una ciudad para volver a estar entre los grandes con el trabajo dentro y fuera de la cancha.
Es indesmentible que el proyecto de Deportes Temuco se ha visto acelerado por este éxito deportivo planificado para varias temporadas más, como admite el propio Salas. Pero el ascenso está lejos de ser una consecuencia sorprendente que tampoco debería ser preocupante. El club sureño exhibe un modelo muchísimo más robusto y gestionado que varios de la máxima categoría y que todos sus pares de Primera B, algunos de los cuales se debaten en una permanente agonía o en el vaivén económico de los grupos de empresarios que asumieron el poder.
Por eso que cuando se visibilizan conflictos tan graves como los que padece Deportes Concepción, el polo opuesto en lo directivo a lo que representa Temuco, se hace evidente que los controles para formar parte del fútbol profesional deben responder a un análisis más fino que la sola obtención de un logro deportivo. Hace largo tiempo que los participantes de las competiciones chilenas deberían someterse a un análisis financiero tan estricto como las normas reglamentarias que deben cumplir cada vez que los equipos juegan en los torneos. Quizás tendríamos menos clubes en nuestro universo futbolístico, pero de seguro sumaríamos calidad, como se avizora con Deportes Temuco, y restaríamos miseria y descaro, como lo refleja la realidad de Concepción y tantos otros de los que nos enteraremos una vez que terminen los respectivos torneos.