Distinguimos cuatro momentos de la larga vida política del ex Presidente desde los días de la FECh en 1939. El primero de ellos fue como ascendente estrella dentro de la Democracia Cristiana. Se identificó con el proyecto de Eduardo Frei Montalva y no con otras versiones del mismo, que o rompieron con su fuente o se mantuvieron rebeldes a la misma. Ello pareció desplomarse la noche del 4 de septiembre de 1970, y Frei lo comprendió al instante; ya nada volvería a ser como fue.
El segundo momento viene cuando, junto con Frei, se transforma en la principal cabeza de la DC ante la Unidad Popular, secundando la resistencia de los gremios al proyecto marxista y es imposible que no haya tenido protagonismo -igual que Frei- en la Declaración de la Cámara del 22 de agosto 1973. Quizás una estrategia para negociar, es más creíble que constituyó una apelación a las Fuerzas Armadas ante un proceso que se veía descontrolado. Así lo entendió Allende. Culminó con la declaración del 13 de septiembre donde se entregaba un apoyo tibio al golpe, esperando -a tenor de lo afirmado por un bando- que no habría un régimen militar. Pero al cerrar la compuerta del proceso revolucionario se abrió otra, la de lo contrarrevolucionario. Una lógica de hierro persigue a determinadas acciones.
El tercer momento surge cuando encabezó los esfuerzos para articular algún tipo de oposición. Primero, desde fines de 1973 por un par de años, cuando intenta influir sobre la Junta (no se estaba seguro si Pinochet era el que mandaba) y en donde el margen se fue estrechando, mientras que, al igual que Frei, encontraba un mar de incomprensiones en el extranjero que a ellos les importaba. La fase siguiente marcaría el inicio del gran político y del estadista, que a su vez se fundaba en una vida entregada a la política. Al postular a presidente de la DC en 1986 con una bandera muy simple, pedía aceptar instrumentalmente la salida plebiscitaria prevista en los artículos transitorios de la Constitución de 1980 para derrotar a Pinochet según sus reglas. El país que se probaría mayoritario quería paz y algún tipo de acuerdo. Fue el momento del plebiscito y la transición entre 1988 y 1989 cuando se produjo una distensión extraordinaria, base del Chile que persistiría por dos décadas. En esto Patricio Aylwin llegó a personificar ese papel y asumió esa función con señorío y eficacia; acompañado también de una palabra inteligente, puso el acento en la necesidad de la paz.
El último momento es la coronación como Presidente y después el papel de dignidad y de consejos por encima de querellas y carnavales. Se puede ver como el momento más glorioso, aunque en realidad la pasta del hombre se había probado en los años anteriores. Lo que había acumulado en la mochila lo esparció con sobra. En esto mostró cierta fibra de fundador.
A lo largo de su carrera no había dejado de ser un político profesional con todas sus características, incluyendo las que no contribuyen al pedestal. Era famoso por su estilo de predicador combinado con el tira y afloja y las negociaciones de diverso calibre de sabiduría y de cálculo. En los dos últimos momentos reconocemos una destilación que alcanza más allá de las tratativas y componendas, un legado que buscaba cualidades y falencias de Chile y qué oportunidad había de orientarlo hacia las mejores posibilidades del mundo actual. Renunciaba, como él mismo lo reconoció con humildad, al "todo tiene que cambiar" y acertó a concretar en lo posible esa síntesis de pasado y de futuro en la que consiste la gran construcción política.