La incipiente televisión de nuestra infancia echaba mano de antiguas películas y series norteamericanas, la delicia de las tardes de ocio. Recuerdo, entre muchas otras, las escenas de Flash Gordon, ciencia ficción de mediados de los 50, con naves de hojalata que volaban oscilando suspendidas por hilos y echando humo por la cola. Mis padres me reprochaban con humor extraviarme en semejantes absurdos... pero es que era fascinante: la conquista del universo, la vida extraterrestre y la capacidad de comunicarse cara a cara ¡mediante un reloj pulsera! Ese remoto futuro, de pronto, como si nada, es hoy. Ya es la era de las comunicaciones globales instantáneas, del computador en el bolsillo, de la difusión y reproducción de nuestras vidas y de cuánto queramos o no ver de las ajenas, todo en tiempo presente. Vivimos en el umbral del milagro de la ubicuidad y también de una aparente anarquía: una era de información, de organización social y de microeconomía, supuestamente orgánica, transversal, de mínima estructura, control o regulación. Como sea, el cambio es gracias a avances tecnológicos intrínsecamente ligados a los hábitos de la vida cotidiana, y por lo tanto a la cultura. Afecta a los medios de comunicación, a la educación, al consumo, incluso a las relaciones interpersonales, tal como antes ocurrió con la imprenta, el telégrafo, la radio, el automóvil y el teléfono. La comunicación nos hace libres.
En este escenario, el conflicto que surge entre un histórico sistema de transporte de pasajeros -los taxis- y su variante actual, un producto más de la modernidad, es tan previsible como inevitable. La discusión no será si permitir o prohibir un determinado sistema, sino de cómo adoptar las medidas necesarias para que el servicio en general sea el más seguro, cómodo, confiable, eficiente en la ciudad y económico para el pasajero. Y es así como los taxistas de Santiago enfrentan hoy al más formidable enemigo: su propia mala reputación. Salvo excepciones, es un gremio indisciplinado, agresivo en la calle, a veces deshonesto; poco confiable. Es un gremio que no solo incumple normas y reglamentos como si fuera un derecho adquirido, sino que no ha adoptado los mínimos avances tecnológicos que le permitieran ganarse el favor del público, tales como la navegación por GPS o el pago por medios digitales. Por otra parte, los actuales sistemas alternativos de transporte de pasajeros operan peligrosamente fuera de la ley, pues no cumplen las mínimas regulaciones específicas para la protección del usuario: la idoneidad de los choferes, la mantención de los vehículos y los seguros necesarios. Ambos sistemas deberán convivir y evolucionar; pero no debemos ignorar la importancia de un ente regulador que garantice eficiencia y absoluta seguridad.