Darse gustos es hoy una obligación. Porque gastamos más de lo que producimos y nuestro cerebro necesita alegrías para equilibrar el gasto del mundo moderno lleno de estímulos y obligaciones.
Es importante distinguir entre los gustos, las obligaciones placenteras y las compulsiones.
Las obligaciones, las grandes y las chicas, pueden ser fuentes de mucha satisfacción. Ir a ver al papá enfermo, cuidar a un hijo, amamantar, hacer las compras, cocinar, vestirse adecuadamente para cada situación, etc. Y sin duda que esas obligaciones nos dan paz y retribuyen a nuestro pobre cerebro parte del desgaste que ellas implican. Pero no son, como los gustos, actos libres. Son placenteros porque siempre es un alivio y hasta una alegría cumplir con nuestras obligaciones...sobre todo comparado al estrés que provoca no hacerlas y llenarnos de pendientes. Pero no son elegidas, no son un gusto, aunque nos den gusto.
Las compulsiones o adicciones no las elegimos. Se nos imponen y cumplirlas es más bien el alivio de no tener la pulsión ahí gritándonos que nos falta algo... que por favor actuemos. Por ejemplo, la compulsión a comprar, que muchas personas ponen en la lista de los gustos puede serlo... pero puede no serlo. Es distinto salir a comprar algo con lo que hemos soñado, un regalo para alguien querido, aprovechar una ocasión o un dinero extra para salir a comprar lo que no necesitamos pero queremos, que sentir que si no compro porque estoy de viaje estoy perdiendo algo. O tomarnos un traguito en la tarde con o sin un rico cigarrillo no equivale a necesitar hacerlo, o peor aún, a no poder dejar de hacerlo. O hacer deporte por enflaquecer o por necesidad versus salir a caminar o a correr porque nos gusta el aire o el paisaje.
En otras palabras, los gustos tienen que ser libres.
Son actos que hacemos para regalonearnos. Es dinero que gastamos en hacernos un regalo a nosotros mismos o a los que queremos, es tiempo robado a las obligaciones para hacer algo que nos de paz. Lo que tampoco significa que tenga que ser una actividad pacífica. Es libre, es elegido, es propio.
En particular las mujeres son malas para los "gustitos". Les cuesta lo excepcional, les cuesta no tener culpa, les cuesta saber qué necesitan. Hay quienes dicen que las mujeres se dan muchos gustos, comparado con los hombres que tienen más obligaciones ineludibles. Discrepo. Las mujeres tienen una lista de deberes tan grande que hasta lo que parece un gusto es un deber. Y el cerebro lo sabe.
Hay que trabajar en la libertad individual. Se puede partir por buscar pequeñas cosas que de verdad nos den gusto. Esas, las triviales, las elegidas, esas son las que sirven.